Witold Gombrowicz y Charles Dickens - Juan Carlos Gómez
...En mí, la obsesión es casi siempre de orden mitológico. ¿De dónde viene la mitología? Tengo la sensación de una cosa superior, interhumana, que se crea entre los hombres, y que se le impone al hombre (…) Esta fuerza interhumana es, para mí, lo divino, lo que se manifiesta en mí como divino y lo hace a través de elementos formales que, casi siempre, se imponen por la obsesión y la repetición...
(Buenos Aires) Juan Carlos Gómez
Gombrowicz conoció a Zbyszek Unilowski, un novelista reportero
proveniente de una familia muy humilde, en un dáncing varsoviano. En
esa época se lo veía a Unilowski como el mayor escritor polaco del
futuro, y hasta el mismo mariscal Pilsudski lo admiraba. Aunque
Gombrowicz lo apreciaba como persona y como artista no tenían gran cosa
en común, estaba frente a un proletario que había ascendido en la
escala social gracias a su talento e inteligencia. Desde muy joven
había entrado a un ambiente totalmente diferentes, nada fácil para
alguien que debía comenzar por aprender todas esas conversaciones, esas
formas, esas finuras. Pero si Gombrowicz y Unilowski no se entendían
era más bien por diferencia de caracteres y no por diferencia de
cultura y de educación.
Gombrowicz era un hombre
de café, le gustaba contar frivolidades durante horas enteras entregado
a diversos juegos psicológicos. Unilowski necesitaba del alcohol, de
las luces filtradas, del jazz y de los camareros serviciales, de ese
modo sentía que había ascendido a un escalón superior. Había sido
camarero y contaba una historia que muchas veces Gombrowicz nos repitió
en el café Rex. La historia de que el esfuerzo mental de un
camarero era infinitamente más grande que el de un escritor; tenía que
recordar los pedidos de cinco mesas sin equivocarse ni confundirse,
correr velozmente a través de mesas con platos, botellas, jugos, salsas
y ensaladas, y a la noche durante horas interminables quedarse
desvelado recordando las voces de los pedidos.
Gombrowicz tenía
una gran confianza en su inteligencia y en su gusto y por eso le dio a
leer el manuscrito de “Ferdydurke”, a pesar de todo lo que los
separaba. Unilowski le dijo que le había robado la novela que le
hubiera gustado escribir. Sin embargo, lo seguía considerando un
burgués acabado, un filisteo que por un curioso azar era poeta y tenía
aventuras extrañas como el señor Pickwick. Lo definía como a un
Pickwick, Gombrowicz consideraba también que Dickens había ejercido una
gran influencia sobre él. En
el año 1960 había declarado que Dostoievski, Nietzsche, Mann, Jarry y
Gide eran los escritores que más lo habían influenciado, respondiendo a
una encuesta internacional, y en el año 1969, nueve años después,
declaró que el escritor que más había influido en él era Dickens,
respondiendo a la misma pregunta pero ahora hecha por un periodista
francés. Este desvío aparente de las influencias literarias lo podemos analizar
poniendo la atención en la pregunta misma o en las respuestas de
Gombrowicz. Si la pregunta no tiene seriedad el cuento termina aquí,
Gombrowicz la respondía de cualquier manera para sacarse de encima al
preguntón, en cambio, si tiene seriedad debemos concluir que estamos en
presencia de un verdadero camaleón. Supongamos
por un momento que la pregunta es seria y que Gombrowicz es,
efectivamente, un camaleón, la cuestión que me propongo resolver es si
un camaleón puede tener una visión del mundo o no la puede tener. A
primera vista pareciera de lo más sencillo liquidar el dilema, sin
pensarlo demasiado estaría tentado a decir que un camaleón no puede
tener una visión del mundo sino que debe tener varias.
En todo
caso hay una cosa que sí podemos afirmar con toda seguridad, y es que
si Gombrowicz tenía una visión del mundo la tenía después de ponerle el
punto final a lo que había escrito. “(…) en mí, escribir supone
sobre todo juego, no pongo en ello intención, ni plan, ni objeto. He
ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema
ideológico. Es un esquema, lo subrayo una vez más, a posteriori” Empecemos
por decir, entonces, que Gombrowicz no tenía una visión del mundo
predeterminada cuando empezaba a escribir, y que, escribiendo, poco a
poco, esa visión se la iba formando dándose la cabeza contra la pared
pues en el acto mismo de la creación debía utilizar materiales,
digámoslo así, que le venían dados, siendo el leguaje el más
importante.
Y éste no es un problema menor ya que nadie
podría, pongamos por caso, construir un edificio transparente si sólo
dispusiera de ladrillos opacos. Los estilos y las formas están hechos y
sólo nos resulta posible expresarnos a través de ellos, esto es así
para Gombrowicz y para cualquier otro hombre que utilice la palabra
como un medio artístico de expresión. Y ésta es la primera
dificultad que atenta contra la existencia de una visión del mundo,
pero no es la única. Las necesidades formales lo ponían a Gombrowicaen
en verdaderos aprietos pues partía de los principios de que la forma
debe estar compensada y de que la historia que se cuenta debe
desarrollarse recurriendo a los contrarios: a una escena sentimental
debe sucederle otra brutal, al análisis la síntesis, a la analogía la
oposición, a la simetría el desbalance… Pero las sustancias de estas estructuras son todavía más inmanejables
pues vienen del subconsciente, de la herencia y de mecanismos de
asociación que no están presentes en la conciencia. Quizá el aspecto
más importante de estas necesidades formales sea la inclinación que
tenía Gombrowicz por la ritualización, por la utilización del recurso
de la repetición que en “Ferdydurke” se convierte en una obsesión
relacionada con las partes del cuerpo. “En mí, la obsesión es casi
siempre de orden mitológico. ¿De dónde viene la mitología? Tengo la
sensación de una cosa superior, interhumana, que se crea entre los
hombres, y que se le impone al hombre (…) Esta fuerza interhumana es,
para mí, lo divino, lo que se manifiesta en mí como divino y lo hace a
través de elementos formales que, casi siempre, se imponen por la
obsesión y la repetición”
La
emboscada de la conciencia que menciona Gombrowicz tiene una gran
importancia en su obra, la obsesión lo induce a acentuar el peso de
algún elemento inicial de la historia que va a contar y que en un
principio es equivalente a los demás. “Cosmos” es el libro en el que
aparece más claramente esta particularidad maniática: la obsesión por
la repetición. Estas reflexiones nos llevan de la mano a la
conclusión de que el contenido debe ajustarse a las formas, y no a la
inversa, pues es así como salen a la superficie las incongruencias de
la realidad, y es así como se puede tomar distancia de la forma, de la
tradición y de la cultura. La visión del mundo es pues un producto
social que le viene dado al hombre desde el pasado a caballo de la
historia, y tiene éxito en la medida que no la pongamos en tela de
juicio.
Esto
ocurre cuando no somos conscientes de cómo esa visión del mundo afecta
nuestra forma de hacer las cosas y de percibir la realidad. La visión
del mundo es entonces un marco de referencia interhumano y, de la misma
manera que nos pasa con la forma, no es nuestra. Son las
representaciones de ideas, valores, ideologías y creencias que le
fueron impuestas durante siglos a la humanidad y que, a juicio de
Gombrowicz, nos deforman. Él se ocupó de destruir su visión del
mundo, una visión del mundo que, por otra parte, no era suya, y no de
crear una visión del mundo nueva, pues ningún hombre individualmente,
por más genial que sea, puede emprender una empresa semejante, a
excepción de los profetas. Más que la consecuencia de una visión del mundo, sea ésta a priori o a
posteriori, su obra es el resultado del esfuerzo consciente que realiza
para organizar el caos inicial de una narración que le rebota como una
pelota contra las paredes del leguaje y que constantemente es absorbida
por estilos y obsesiones que le viene dados por la herencia, por la
tradición y por la cultura. La tarea que le fue encomendada a
Gombrowicz fue la de destruir su forma y su visión del mundo, mal
podía entonces este camaleón tener una visión del mundo. (c) Juan Carlos Gómez
publicado el 12-5-2009
fotografía de Charles Dickens- gentileza Juan Carlos Gómez