WITOLD GOMBROWICZ Y DANTE ALIGHIERI(Buenos Aires) Juan Carlos Gómez El
Asiriobabilónico Metafísico acostumbraba a desacreditar a los
escritores, una costumbre que también tenía Gombrowicz, pero el
Asiriobabilónico Metafísico era más irresponsable.
Habla con
ligereza de algunos nombres importantes y de sus obras, al punto de
considerar al Fausto de Goethe como un bluff de la literatura. Tampoco
se salva Shakespeare, era un amateur, un divino amateur al lado de
Dante que sí era un verdadero literato.
Gombrowicz no compartía para
nada estas opiniones, especialmente la que concierne a Dante, su idea
del infierno le resultaba insoportable. Como Dante era para el mundo
literario, de igual modo que para el Asiriobabilónico Metafísico, el
gran campeón de los campeones de la literatura, Gombrowicz se impuso la
tarea ciclópea de destruir a Dante.
"Inferno. Canto terzo Per
me si va nella città dolente Per me si va nell’eterno dolore, Per me si
va tra la perduta gente. Giustizia mosse il mio fattore: fecemi la
divina potestate, la somma sapienza e’l primo amore. Dinanzi a me non
fuor cose create se non eterne, e io eterna duro. Lasciate ogni
speranza, voi che entrate"
Los
detalles de la reescritura que hace Gombrowicz de las palabras
inscriptas en la puerta del infierno están en el "Diario", unas páginas
que muchos de sus contemporáneos calificaron de libelo.
El infierno
de Dante, según la idea de Gombrowicz, está mal hecho, está hecho por
un Satanás que sólo busca el mal, también para lo que él mismo hace,
pero Dante no podía hacer otra cosa porque era un hombre de la Edad
Media.
Después de volver a escribir el comienzo del Canto
Tercero del Infierno Gombrowicz queda muy satisfecho, ha convertido al
diablo y al hombre en las columnas indestructibles del infierno. Con
estas ideas nuevas de Gombrowicz sí que estamos en un infierno
dantesco. Ha pegado un salto de seiscientos años para modificar unos
conceptos de la Edad Media con otros conceptos modernos.
En
este punto a Gombrowicz le parece que ha llegado la hora de exhibir su
maestría en este tipo de empresas y nos anuncia que hubiera podido
echar mano a otras diez ideas igualmente vertiginosas y desconocidas
por Dante para alcanzar este propósito, y enumera algunas categorías
sacadas la física, del marxismo, del existencialismo y del
estructuralismo.
Empieza a subir por una montaña de cadáveres
mientras va pensando que nuestra convivencia con la muerte es anormal e
irreal, el pasado ya no existe, ni el pasado de los siglos ni mi propio
pasado. Con los restos del pasado se recrea una existencia que se fue,
convivir con el pasado significa aprehenderlo sin pausa, convocarlo
continuamente a la existencia, pero del pasado sólo tenemos restos, es
caótico, fragmentario y casual.
El pasado es un gigantesco
escenario hecho de minucias. En este camino ascendente y oscuro que
recorre entre los muertos se va encontrando con lo que para él es el
quid de todo lo que existe: el dolor. La realidad es realidad sólo
cuando se nos opone, cuando nos hace daño. El hombre real es el que
siente dolor porque el dolor es el fundamento de la existencia.
"Este
libro, la Divina Comedia, se escribió hace seis siglos. ¿He de buscar
en el pasado seres humanos o, más bien, una suerte de abstracción
dialéctica sobre la evolución? De los hombres del pasado sólo me llegan
los más importantes. En este gran desfile de todos los muertos del
mundo sólo podré reconocer a los grandes"
Gombrowicz sigue haciendo
reflexiones sobre la muerte. Cada día mueren cientos de miles de
personas y nosotros no nos enteramos de nada, la discreción de la
muerte y de la enfermedad es realmente admirable, todo ocurre fuera de
nosotros.
La muerte es universal, imprecisa y no deja rastros, sin
embargo Gombrowicz insiste, quiere encontrarse con Dante, pero sólo se
encuentra al autor de la Divina Comedia que llega hasta él a través de
la historia..
Los
grandes hombres dejan de ser hombres para ser obras, y nuestra actitud
ante esas obras es ambigua: valemos menos porque son grandes, pero
también es cierto que valemos más pues el estado de nuestra evolución
es más alto.
No puede ponerse en contacto con Dante sino con una
gran obra del pasado, cuando intenta alcanzarlo con su talante moderno,
prescindiendo de la historia, entonces siente que la Divina Comedia no
vale nada. El infierno de Dante no es un castigo, pues el castigo nos
purifica y tiene un término en el tiempo, mientras su infierno es una
tortura eterna, un dolor que nuestro sentido de justicia no puede
aceptar.
Sólo por miedo y por vileza pudo haber mezclado Dante el primer amor con ese infierno.
"Recojo
el libro de la vergüenza, ojeo el poema en su conjunto... no hay duda,
todo este baño infernal desprende el perfume del amor supremo. Dante
acepta el infierno, lo aprueba, es más, lo venera ¿Cómo puede ser? ¿Que
pasó para que una obra tan viciada por el miedo enloquecido, tan servil
y tan contraria al más esencial sentido de la justicia humana acabara
convirtiéndose con los siglos en un libro edificante, en el poema más
solemne?"
El
infierno de Dante no es verdadero, las torturas son retóricas, los
condenados declaman y su eternidad tiene la indolencia de los
monumentos.
La humanidad se mueve en el camino trillado de los
modos de expresión, pero no podemos escaparnos del infierno tan
fácilmente, los herejes eran quemados vivos, realmente..
Aquí
Gombrowicz hace un cargo que frecuentemente le hace a la literatura:
resulta instructivo acerarse de vez en cuando al centro del dolor. La
realización del infierno de Dante sólo es posible en una atmósfera de
irrealidad perfectamente irresponsable.
Giuseppe Ungaretti, encolerizado con Gombrowicz por
lo que había escrito en "Dante", cuando se encontró con el Hasídico en
la puerta de un hotel, rompió en mil pedazos el ejemplar que llevaba
bajo el brazo y le escribió una carta enfurecida.
"El libro del
polaco sobre Dante es una pura majadería. Es absurdo que hayan
publicado una idiotez semejante. He hecho pedazos y mandado al diablo
ese escrito estúpido"
Ungaretti y Gombrowicz están pensando en la estupidez, pero cada uno la pone en cabezas diferentes.
Las
ideas que el mismo Gombrowicz tenía sobre el infierno y sobre el diablo
no resultaban tan espeluznantes como las de Dante, eran parecidas a las
que tenía el catequista que nos preparaba para tomar la primera
comunión. El infierno al que iríamos si no obedecíamos los mandamientos
de la ley de Dios tenía un fuego eterno, no lo afectaba la escasez de
kerosene, las llamas no se apagaban nunca. Esta idea que nos metía en
la cabeza el catequista era realmente preocupante, y en aquel tiempo
Gombrowicz todavía no había escrito nada sobre el infierno, y aunque lo
hubiera escrito yo era muy joven para comprenderlo, tenía ocho años.
Era
un diablo más bien teórico, sin embargo no dejaba de meter miedo por
eso. No hay obra de Gombrowicz ni corta ni larga, ni temprana ni
tardía, en la que no se sienta la presencia del Maligno. Desde "El
bailarín del abogado Kraykowski" hasta "Opereta" el diablo se pasea
mostrándonos la cola.
El primer encuentro con la Bestia lo
tuvo en la casa de campo de su hermano Janusz, a los diecinueve años.
Lo había invadido un sentimiento de que algo no iba como debía en esa
casa, sintió la necesidad de justificarse de alguna manera, así que
empezó a escribir una novela sobre el personaje de un contable. Una
tarde se animó y les leyó un fragmento al hermano y a la cuñada que
habían ido a visitarlo. Janusz exclamó que era un horror, que tenía que
tirarlo a la basura porque daba asco, que en el futuro se ocupara de
otra cosa, mientras la cuñada suspiraba que era una pena que no se
hubiera dedicado a la caza.
Gombrowicz
quemó la obra, esta primera prueba le indicaba que en la soledad de esa
casa empezaban a manifestarse las ponzoñas que lo atormentaban desde
hacía tiempo.
Poco tiempo después de esa visita familiar se
produjo un acontecimiento extraño que tuvo una influencia considerable
en su vida psíquica.
Una noche se despertó y sintió un peso
sobre los pies, movió las piernas, algo gruñó y se alejó, pero no pudo
ver lo que era porque estaba muy oscuro, era de noche. Lo invadió una
terrible sospecha, la casi certeza de que no había sido el perro negro
de la casa sino un ser cien veces más horroroso el que se había
acostado a sus pies. Esa idea lo atormentó varias noches, finalmente
recordó algo que le había sucedido cuando era niño.
El obispo de Sandomierz había ido a visitar a los
padres de Gombrowicz y les confesó que una noche se le había aparecido
el Maligno. Cuando ya dormía sintió un peso sobre los pies, movió las
piernas para sacárselo de encima y algo increíblemente pesado cayó
emitiendo un ruido metálico.
No era un perro, era un pequeño
hombrecito de cincuenta centímetros que parecía estar hecho de metal.
Pronunció una oración para ahuyentarlo, la criatura emitió un alarido y
se escondió debajo del armario. Cuando el obispo constató más tarde que
el suelo había quedado completamente quemado huyó de la casa
atravesando el campo y pasó toda la noche bajo las estrellas a pesar de
que nevaba.
Estos episodios asociados produjeron en Gombrowicz
consecuencias importantes que justifican la presencia del diablo en
toda su obra.
"Los días vividos a la sombra de aquellos terribles
enigmas me introdujeron en regiones espirituales hasta entonces
desconocidas para mí y que no hubiera alcanzado con facilidad por
caminos normales. Me pusieron en contacto con el Misterio, con la
máscara, me revelaron el poder de los significados ocultos, me
arrancaron de la rutina de lo cotidiano para precipitarme en el pathos,
en el drama de nuestra verdadera situación en el mundo. Esos
descubrimientos casi oníricos me mostraron un lenguaje sibilino y
poderoso, al que luego recurrí con gran frecuencia en mis obras
literarias posteriores".
(c) Juan Carlos Gómezpublicado el 9-2-2009