EL ÁRBOL PARLANTE es un libro que recoge una treintena de notas ensayísticas que, formalmente, están trabajadas de manera extremadamente pulcra y condensada ―de hecho, algunos textos no pasan de las dos páginas―, con una rigurosidad de investigación periodística, una intencionalidad de comunicación pedagógica y un sentido de indagación literaria, que convierte cada texto en un hallazgo de intuición y de belleza, un hartazgo de impresiones con respecto a lo que nos rodea: una visión del mundo globalizado y las perspectivas humanas a la deriva de los cambios tecnológicos, de los cambios de dioses...
(Santiago de Chile) Marco Aurelio Rodríguez
EL ÁRBOL PARLANTE es un libro que recoge una treintena de notas ensayísticas
que, formalmente, están trabajadas de manera extremadamente pulcra y condensada
―de hecho, algunos textos no pasan de las dos páginas―, con una rigurosidad de
investigación periodística, una intencionalidad de comunicación pedagógica y un
sentido de indagación literaria, que convierte cada texto en un hallazgo de
intuición y de belleza, un hartazgo de impresiones con respecto a lo que nos
rodea: una visión del mundo globalizado y las perspectivas humanas a la deriva
de los cambios tecnológicos, de los cambios de dioses. Jean Baudrillard ve en
la cultura un simulacro donde el sistema de los objetos parece lo único
real, Zygmunt Bauman se refiere a la modernidad
líquida y Alessandro Baricco invita, en su libro Bárbaros (de reciente aparición), a “sorfear” sobre olas
inestables, “una navegación veloz que salta de una cosa a otra como de una
tecla a otra en Internet”. Para entender cómo el mundo ha sido sometido
(devastado), tenemos que examinar la historia cultural desde la oralidad hasta
los mundos virtuales que nos envuelven, qué sentidos hemos ganado y hemos
perdido con la imprenta ―la educación y su polo, el rebañismo de las masas―, los
circundantes mundos globales a los que estamos expuestos a partir de las
tecnologías electrónicas y las intermediaciones mercantilistas que acompañan el
proceso, las revueltas de género (recordemos que el avasallamiento del
patriarcado desató la civilización occidental desdibujando la edad paradisíaca
que algunos/as juran matriarcal), ramajes todos pletóricos de frutos, hierofanías
―al modo del árbol de falos que referencia el libro―,Hieronymus Bosch
sonriendo como un niño-pájaro, Borges frente al amor de una Beatrice que se
repite como otro sueño de Chiang-Tsu, la información despiadada, sus
sometimientos, su vastedad y su carroña. Estamos hechos de la madera de estos
árboles que sirven de cuna y de tumba y que atrapan al universo en un abrazo
fugaz. Todo el universo cabe en un libro. Todos los libros son vanidad, pura vanidad.
Selección del
libro EL ÁRBOL PARLANTE:
Y HABÍA OTRO
JUEGO MUY ANTIGUO QUE CONSISTÍA EN BAILAR Y DAR VUELTAS, Y ASÍ UNA PODÍA SACAR
A UNA PERSONA DE SÍ MISMA Y ESCONDERLA TODO EL TIEMPO QUE UNA QUISIERA, Y SU
CUERPO SEGUÍA ANDANDO COMPLETAMENTE VACÍO, DESPROVISTO DE TODO SENTIDO (fragmento)
Machen
Un día, ambos reinos, el especular y el
humano, vivirán en paz, se entrará y saldrá por los espejos. El éxtasis
liberará al pecado; la niña danzará y cantará en el jardín y el laberinto será
su desnudez.
En El
pueblo blanco un personaje sintió la atracción de los laberintos al sorprender
a una pequeña dibujando, bailando sobre la arena; la niña, ante el beneplácito
de la gente del campo, desaparece: y allí comienza la pretensión de fábula.
Frondosos bosques de resplandecientes
espíritus, campiñas galesas de Gwent, inagotables recodos celtas, romanos,
medievales, y la caudalosa sucesión de los ciclos, lunas de agua y soles de
trigo, los misterios de Eleusis, El libro
verde y las letras Aklo y el lenguaje Chian (o lengua de Chíos. Athanasius
Kircher refiere en su obra La China que en la
antigua torre de porcelana llamada de Xian se guardaban sutras de la India), el impecable lirismo
de Arthur Machen. Los rituales secretos de las niñas, la intimidad erótica y
sagrada enrevesada en los días y sus faunos.
De paseo en barco por el río Támesis, el 4 de
julio de 1862, Alice Liddell (de diez años) y sus hermanas Lorina Charlotte (de
trece) y Edith (de ocho), completan los ocho kilómetros hasta Godstow antes de
volver a Christ Church, en Oxford, en compañía de Charles Lutwidge Dodgson y el
reverendo Robinson Duckworth, excursión que utiliza el primero de ellos para
dar vida a Las aventuras subterráneas de Alicia, convirtiéndose de esta manera en Lewis Carroll. Según la
leyenda (o sea, la historia infeccionada), Lewis Carroll no sólo dirigía cartas
de temática amorosa a la pequeña Alicia de once años, a quien incluso
fotografió en todo el esplendor de su inocencia, sino que además se atrevió a
pedir su mano.
Las obras de la segunda etapa literaria de
Machen (alrededor de 1890), con influencias góticas y decadentistas, y a la que
corresponde El libro verde, concluyen
que apartar el velo de normalidad puede llevar a una conmoción de locura, sexo
y muerte, “y el que lo intenta se convierte en demonio”. En todo caso, como
elucubra el autor en el relato Sobre la
naturaleza del mal, “nuestros sentidos superiores están tan embotados,
estamos hasta tal punto saturados de materialismo, que seguramente no
reconoceríamos el verdadero mal si nos tropezáramos con él”.
“Y pensé que de veras había alcanzado el fin
del mundo, porque era como el fin de todas las cosas, como si no pudiese haber
nada más allá, sino el reino de las Tinieblas, adonde va la luz cuando se
apaga, y adonde va el agua cuando se la lleva el sol” (El libro verde es también un laberinto).
Si fuésemos seres naturales ―fabula Machen―,
como los niños, algunas mujeres y los animales, sentiríamos el horror de los
azogues, veríamos, allí, nuestra propia imagen. Pero la naturaleza ha muerto
―la caudalosa sucesión de los ciclos― y la civilización inventó la palabra
redención, que ya no sirve al pobre muchacho que visitó el pueblo blanco para luego volver a su vida imaginaria: “Y se fue
a su casa y vivió mucho tiempo; pero nunca besó a ninguna otra dama porque
había besado a la reina de las hadas, y nunca bebió vino común, porque había
bebido vino encantado”.