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Código de barras
Algunas imágenes pueden ser cotidianas y
terribles a la vez. Algunas se nos hacen invisibles por la repetición, pero una
mirada detenida nos devuelve el espanto inicial. Es el caso por ejemplo del
omnipresente código de barras. Cuando se imagina una sociedad totalitaria donde
cada individuo es controlado hasta en el menor detalle por el Estado, siempre
se imagina el cuerpo de un hombre tatuado de un código de barras. En efecto, es
un pequeño rectángulo en donde pueden colocarse informaciones esenciales, como
la identidad.
El primer paso hacia el código de barras
fue dado en 1948. Bernard Sillver, un estudiante universitario, escuchó en los
pasillos de la Philadelphia's Drexel Institute of Technology, una conversación
donde el director de una cadena de supermercados le pedía a un profesor que
investigara un modo para identificar los productos automáticamente cuando eran
pasados por caja. El profesor olvidó el pedido, pero Sillver le contó esta
conversación a su amigo Joseph Woodland, que se entusiasmó y comenzó a trabajar
inmediatamente.
Su primera idea fue marcar los productos
con una tinta luminosa, y funcionaba, pero encontró problemas para fijar la
tinta permanentemente y además ésta era demasiado costosa. Continuó
investigando y al cabo de algunos meses obtuvo el primer código de barras
lineal, utilizando dos tecnologías conocidas: las pistas sonoras de films y el
código morse.
Luego, como a toda invención, le
siguieron modificaciones y evoluciones varias. Más allá de los detalles
técnicos, lo que nos interesa es su camino psicológico. Podemos verlo en
remeras, en películas, en cuadros; es un pequeño rectángulo de rejas, es
sugerente.
Un código de barras resume el producto en
pocos símbolos, en maravilloso poder de síntesis. El código de barras es lo
contrario de una poesía. Un código de barras debe contener información concisa,
presisa, directa. Imaginemos otro código de barra. En el tradicional, por
ejemplo para identificar un libro, se utiliza el código ISBN (International
Standard Book Number), generalmente comporta diez dígitos. Los primeros indican
el pais o a lengua de origen, los segundos el editor, los terceros corresponden
al producto... Imaginemos un código de barras que no sea de diez dígitos si no de
mil (o de infinitos). El libro es el Quijote. El primer número no es España. Si
no "que habla de un soñador" . El número dos: "su autor era un
soldado español", numero tres "su autor luchó en Lepanto", cinco
" donde lo hirieron en un brazo"... ¿Y un código de barras para un
diario íntimo? El número uno quiere decir: "Hoy estuve triste". El
número dos, "tuve esperanzas en un mundo mejor". En fin, el código de
barras es un lenguaje como otro, es una forma de decir cosas. Pero, ¿Qué representa?
¿Por qué nos asusta ligeramente? Quizás es el símbolo de una era que va mas
rápido que nosotros...Quizás lo que nos inquieta es que al final todo pueda
resumirse y clasificarse, que un día seamos algunas cifras y un dibujo. (c) Guillermo Bravo
Guillermo Bravo nació en Córdoba, Argentina, en 1982. Estudió literatura en la Universidad nacional de Córdoba. Desde el año 2000 ha publicado en diversas antologías y en el año 2006 publicó No Le Cuentes A Nadie, en Editorial del Bulevard. En la Antología "Cuentos Tailandeses" 2007, participó como traductor, compilador y prologuista.
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