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2005: La Segunda Revolución Francesa
11-11-2005 | por Jaume d'Urgell *
Ante la eclosión de brotes de anarquía en las calles de Francia, el autor plantea un método de trabajo basado en preguntas y respuestas, que nos invita a la reflexión libre, alternativa a la ofrecida en los medios de comunicación de masas, en los que la doble mordaza de la corrección política y el pensamiento único constriñen la capacidad de maniobra de muchos profesionales de la comunicación. Se trata de efectuar un análisis de las causas últimas de la actual situación de crisis y escrutar entre el abanico de fórmulas con las que los poderes públicos pretenden encontrar y mantener la paz.
Asistimos a una operación de olvido selectivo, masivo e intencionado de los valores cívicos en cuya dignidad reposaba la concepción misma de la República de Francia. Hace demasiado tiempo que trocamos la Liberté por el sometimiento, la Égalité por la desigualdad y la Fraternité por el odio.
¿Alguien pensó que esto no ocurriría? Si los lamentables acontecimientos de los últimos días —al menos—, sirvieran para iniciar un proceso de reflexión intelectual que condujera a la adopción de medidas que extendieran las garantías del Estado de Derecho al 100% de la sociedad, todo habría valido la pena. Pero, si por el contrario, caemos en el juego estéril de los cruces de declaraciones entre políticos —con el pueril “y tú más” al que nos tienen acostumbrados—, estaremos abocados al fracaso y a vivir escenarios de creciente sufrimiento.
Para conducir el hilo argumental de esta exposición, nos serviremos de una sencilla relación de preguntas, concebida para despertar el pensamiento crítico:
- ¿Qué está ocurriendo en Francia?
- ¿Cuándo, dónde y por qué empezaron las protestas?
- ¿Cuáles son las causas de este conato de rebelión?
- ¿Qué objetivos tiene este brote de anarquía?
- ¿Se puede extender la violencia a otros países?
- ¿A quiénes beneficia la situación actual?
- ¿Cuál es la tendencia de los acontecimientos?
- ¿Cómo recuperar la paz?
A la vista de lo cual, abordaremos dos líneas separadas: una, meramente informativa (apartados 1, 2 y 5); y otra, de opinión (apartados 3, 4, 6, 7 y 8). Debería ser innecesario abundar en la necesidad de separar ambos conceptos —aunque en España son muy pocos quienes lo hacen—, pero creo que no está de más dejar las cosas claras desde el principio.
1. ¿QUÉ ESTÁ OCURRIENDO EN FRANCIA?
Francia vive desde hace unos días bajo un clima de extrema inestabilidad política, que refleja el profundo descontento de un sector de la sociedad, que se ha echado a las calles para expresar su malestar, protagonizando un sinnúmero de concentraciones espontáneas que con frecuencia derivan en algaradas de inusitada gravedad, que incluyen la destrucción del mobiliario urbano, la quema de vehículos particulares, medios de transporte público, actos vandálicos contra instituciones educativas, levantamiento de barricadas en vías de comunicación y —en algún caso—, enfrentamientos abiertos con vigilantes privados, agentes de la gendarmería y del cuerpo especial antidisturbios (CRS).
Como consecuencia de estos incidentes, solo en las últimas dos semanas, han ardido más de 5.000 vehículos particulares (casi 400 solo en la última noche), medio centenar de autobuses públicos, más de un centenar colegios, institutos de enseñanza y edificios públicos han sufrido daños, algo más de 200 personas han resultado heridas de diversa consideración (medio centenar de las cuales eran agentes del orden público), la pérdida de tres vidas y se han producido cerca de 2.000 detenciones, 364 ingresos en prisión, de los que 260 corresponden a condenas en firme. Además, en los últimos días, diversos municipios han decretado el estado de excepción –situación especial en la que parte de los derechos garantías constitucionales son transitoriamente suspendidas, en detrimento de la ciudadanía–, que lleva aparejado la declaración de toque de queda —prohibición absoluta de circulación de personas, que pueden ser objeto de disparo sin recibir la preceptiva voz de “¡alto!”—, es decir, anula legalmente las partes buenas de la Constitución.
La cronología de los hechos, de un modo sucinto, es la siguiente: el jueves, 27 de octubre de 2005, dos jóvenes de origen africano mueren electrocutados cuando huían de la policía, en Clichy-sous-Bois, (noreste de París); un tercer joven resulta herido. Al caer la noche, decenas de jóvenes atacan edificios públicos e incendian 23 vehículos.
El día siguiente, viernes, 28 de octubre, el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, afirma que las víctimas huyeron tras un robo al ver llegar a la policía. Se produce el primer “contagio” de la rebelión: jóvenes de la vecina ciudad de Montfermeil se enfrentan a la policía, resultando incendiados casi una treintena de vehículos.
Así llegamos al sábado, 29 de octubre, en el que medio millar de personas se manifiestan en memoria de los dos jóvenes fallecidos. El tercer joven confiesa desde el hospital que “huyeron” porque creían que estaban siendo perseguidos. Otras dos decenas de vehículos resultan calcinados.
El día siguiente, domingo, 30 de octubre, tienen lugar diversos enfrentamientos en Clichy-sous-Bois y Montfermeil, durante los cuales, una granada lacrimógena lanzada por la policía alcanza una mezquita. Sarkozy llama “chusma” a los jóvenes alborotadores.
Lunes, 31 de octubre: los motines se extienden a otras siete ciudades de la periferia de París, en las que 68 vehículos resultan incendiados.
Martes, 1 de noviembre, el gobierno despierta de su letargo y el primer ministro Dominique de Villepin –que está públicamente enfrentado al ministro Sarkozy por liderar la derecha francesa–, en un gesto propagandístico que pretende restituir la calma, recibe a las familias de los dos jóvenes electrocutados al inicio del conflicto. Ese día 228 vehículos fueron pasto de las llamas.
Miércoles, 2 de noviembre, De Villepin anuncia un “plan de acción”, y asegura que “no hay solución milagro ante la situación de los barrios”. Ese día, una chica discapacitada resultó gravemente herida con quemaduras al no poder huir de un autobús incendiado.
Jueves, 3 de noviembre —a una semana del inicio de la revuelta—, más de medio millar de vehículos fue quemado, así como diversos comercios en los alrededores de París. Los disturbios se extienden a toda Francia.
El viernes, día 4 de noviembre, se producen numerosas redadas policiales, en las que tienen lugar hasta 253 detenciones, incluido un niño de 10 años.
El sábado, día 5 de noviembre, la violencia llega al centro histórico de París, donde tres decenas de vehículos son quemados —y otros 1.300 en el resto de Francia—. Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado despliegan entonces medios especiales para el control de algaradas, incluyendo el uso de helicópteros. Se producen 312 detenidos. Las autoridades europeas expresan su temor ante la posibilidad de que la ola de violencia se propague a todo el continente. Cinco vehículos incendiados en Berlín y otros cinco en Bruselas.
El pasado domingo, día 6 de noviembre, el Presidente de la República, Jacques Chirac realizó su primera declaración al respecto, solicitando el “restablecimiento del orden público”. Su llamada cae en saco roto, solo ese día más de mil cuatrocientos vehículos fueron quemados, 395 personas detenidas y 36 policías resultaron heridos. La violencia cubría ya 274 municipios repartidos por toda la geografía francesa.
Así llegamos a la noche del lunes, 7 de noviembre, en la que se produjo la primera víctima mortal entre los manifestantes. El primer ministro Villepin autorizó el toque de queda en las ciudades afectadas.
Psee a todo, el martes, día 8 de noviembre, más de 300 vehículos y varios edificios, como escuelas y parvularios, fueron incendiados. Ese día, el Consejo de ministros tomó la decisión aplicar la Ley de 1955 sobre el estado de emergencia por una duración de 12 días.
El día siguiente, miércoles, 9 de noviembre, la violencia disminuyó tras aplicarse el primer toque de queda, pese a lo cual se contabilizaron 617 vehículos quemados y 204 detenciones.
Ayer jueves, 10 de noviembre, pese a las declaraciones gubernamentales, la quema de vehículos ascendió a casi medio millar. Entretanto, en Bruselas, ardían quince coches.
En la madrugada de hoy, viernes, 11 de noviembre, la policía parisina informó que ha enviado a prisión a 364 personas desde que inició la violencia el pasado 27 de octubre, pero carecía de datos sobre la destrucción de bienes. Al tiempo de escribir este artículo, no cesaban de llegar noticias de la quema de más vehículos y ataques a edificios gubernamentales.
2. ¿CUÁNDO, DÓNDE Y POR QUÉ EMPEZARON LAS PROTESTAS?
Como se ha expuesto en el apartado anterior, los principales acontecimientos desencadenantes del estallido de violencia fueron tres: por una parte, el pasado 27 de octubre, dos personas de origen subsahariano murieron electrocutadas accidentalmente en una central de alta tensión, cuando huían de una patrulla de la gendarmería; por otro lado, tres días después, una bomba lacrimógena lanzada por agentes antidisturbios cayó de modo fortuito en el interior de una mezquita, en plena celebración de un acto religioso; finalmente, Nicolas Sarkozy, titular del ministerio francés del interior, en el transcurso de unas declaraciones a la prensa, no dudó en calificar de “chusma” a quienes participaban en las acciones de protesta por los dos anteriores sucesos.
3. ¿CUÁLES SON LAS CAUSAS DE ESTE CONATO DE REBELIÓN?
Más allá de estos hechos cercanos en el tiempo, que no pasan de ser meras gotas que colmaron el vaso de la paciencia, el conflicto tiene su origen en los gravísimos problemas de orden socioeconómico que se resumen en la negación sistemática de los tres elementos fundamentales del lema de la República de Francia: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Así, en palabras del propio Régis Debray, lo ocurrido en Francia, no es sino el reflejo de una brusca ruptura de los valores tradicionales del Estado protector francés:
Cada vez son más quienes ven amenazada su libertad en el país vecino. Como consecuencia de la presión ejercida por una irrespetuosa mayoría y un ordenamiento legal concordante con esa falta de respeto hacia las minorías, cada vez más personas optan por ocultar muchos aspectos de su cultura, religión y estilo de vida, por miedo a ser reprendidos, ridiculizados o incluso objeto de sanción. La Libertad, pues, ha caído.
De igual forma, existen demasiadas personas que en pleno 2005 no pueden sentirse iguales en Francia, porque el color de su piel, el patrimonio de su familia, su nivel cultural, su origen étnico o geográfico, e incluso sus creencias más íntimas les convierten en subciudadanos. La Igualdad, ha caído.
Finalmente, la Fraternidad, piedra clave del respeto mutuo entre grupos, clases y entes sociales brilla también por su ausencia, y ha dejado paso a una cada vez más insoportable dosis de odio que impregna todas las capas de la sociedad. No es extraño que las minorías acumulen más y más ofensas aisladas, más miradas en los autobuses, más negativas en las peticiones de acceso a guarderías públicas, normas cada vez más estrictas en el acceso a la cultura y la formación pública, donde el nivel de acoso crece a ritmos desordenados, al calor de una calculada desidia. Como referente más claro: hoy, en 2005, la clase media francesa asume con normalidad, niveles de discriminación subyacente que jamás se habrían tolerado en la España 1990. Así pues, el concepto de Fraternidad también ha caído.
Caídas la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, podemos sentenciar sin miedo a equivocarnos, que: Francia ha muerto.
Pero la causa última del actual panorama, debemos buscarla mucho antes: la sociedad francesa es víctima de una inercia histórica que combina errores en las políticas de integración social de las últimas décadas, con las consecuencias del afán expansionista de la época colonial. Sí, no ha tanto tiempo, cuando la grandeur de Francia aspiraba a dominar militarmente el norte de África, los ciudadanos de las colonias lo eran también de la metrópoli, y muchos de éstos se establecieron en ella, en busca de un futuro mejor… por aquello de “si Washington nos invade, al menos, que nuestros hijos estudien en UCLA”.
Sucedió que el reparto de la inmigración colonial, no fue uniforme a lo largo del territorio continental europeo de Francia. Sino que —a excepción de la rivera francesa (Costa Azul, Provenza y Alpes Marítimos)—, la gran mayoría de estos recién llegados se estableció en París, porque como muchos dicen: “Francia es París”. Como es obvio, esta masa humana no se estableció en el premier arrondisment —los barrios de París están numerados correlativamente en espiral, a partir del centro de la villa, que recibe el número uno—, no, se establecieron en los barrios obreros de las afueras, donde además —con o sin intención—, se siguieron políticas favorecedoras de la aparición de guetos, contribuyendo a la falta de integración en la sociedad europea.
No se trata de echar la culpa de la actual crisis a la ambición desmedida y los errores del pasado, se trata de conocer y reconocer las causas, para buscar soluciones concretas para el futuro.
Ni que decir tiene, que albergar subsociedades de apestados, fácilmente reconocibles por sus ropajes y el color de piel, cuyas creencias religiosas muchos se empeñan en confundir con terrorismo, con un deplorable nivel cultural medio, sin bienes materiales que conservar, con un escaso arraigo en la geografía europea, con elevadísimas tasas de natalidad y crecimiento vegetativo, con iguales obligaciones, pero distintos derechos —sino de iure, sí de facto—, con un porcentaje de desempleo que se sale de escalas, una renta per cápita ínfima y en condiciones de hacinamiento y marginación; es una situación que genera un inmanejable grado de inestabilidad, delincuencia y retroalimentación de las causas.
Estos jóvenes no ven futuro, porque probablemente no lo haya para ellos. No en vano, semejante tipo de problemas socioeconómicos, requiere soluciones, ajustes macroeconómicos, cambios políticos cuyo efecto debe medirse a muy largo plazo, no en legislaturas, sino en generaciones. En estas condiciones, un plan de choque, además de inútil podría llegar a resultar como un volantazo, y Francia es un avión que no necesita un pilotaje hostil, sino pilotos firmes y con perspectiva histórica.
Para determinadas capas sociales no hay trabajo, no hay formación, no hay simpatía, el acceso a la escolarización no es cómodo, carecen de opciones para emprender negocios o acceder a sufragio pasivo… se diría que sobran; le sobran a la mayoría bien estante. Incluso existen partidos políticos cuyo discurso se centra en dirigir el odio hacia ellos, están cansados del acoso policial —con o sin motivo—, hartos de que no se respete su presunción de inocencia, hartos de puertas cerradas… y ahora, además de electrocutarles, de incendiar sus casas y arrojar artefactos lacrimógenos en sus templos de culto —por si todo eso fuera poco—, los miembros del gobierno les insultan directamente en público, ¿qué otra cosa pueden hacer?
Mientras, determinados medios de comunicación de masas, no cesan de bombardear la opinión pública con mensajes del tipo “jóvenes violentos”, “pasto de mafias”, “delincuentes comunes”, “reminiscencias islámicas”, e incluso, un conocido panfleto que no hace falta nombrar para ser reconocido, apuntaba ayer, jueves 13 de noviembre, a la posibilidad de que “elementos próximos al entramado de E.T.A. estuvieran detrás de la instrucción en técnicas de guerrilla urbana a los jóvenes violentos de Francia”… como dijo Blair, “algunos viven desconectados de la realidad”.
4. ¿QUÉ OBJETIVOS TIENE ESTE BROTE DE ANARQUÍA?
Esta es una de las cuestiones que más preocupa al poder establecido: nadie persigue nada concreto. Los manifestantes exigen un mundo mejor, destruyendo éste que no les gusta, que les discrimina y les niega derechos que aún siendo legítimos, aparecen como privilegios inalcanzables para ellos. La realidad determina que un francés que haya nacido en esos barrios, no sea exactamente un ciudadano de Francia.
Estos jóvenes protestan contra la injusticia en general, contra una sociedad hipócrita que coarta sus libertades, que no les reconoce como iguales y hacia los que nadie parece querer confraternizar. Es la negación del ideal ilustrado. Francia —y no solo Francia— ha establecido es un sistema de castas, que determina las posibilidades de las personas en función de su nacimiento, raza, credo, capacidad económica y nivel cultural.
La discriminación es recursiva. Primero se dificulta la escolarización de una persona, y más tarde se la condena a una vida de marginación, en aras de su nivel cultural. Primero se clasifica a los pobres en ciudades que son como cementerios para vivos de un mismo tipo, y luego se estigmatiza todo lo relativo a esos núcleos urbanos… “ya se sabe, eso ha ocurrido en Clichy-sous-Bois”. Barrios con un nivel de inversión pública totalmente desproporcionado en relación a su población. Ciudades para hijos de dioses menores… sin servicios públicos de calidad, sin instalaciones culturales, escasez de áreas deportivas, el índice de cobertura sanitaria más bajo de la nación y atenazados por una especie de Estado policial que preconiza la dureza preventiva, en lugar de las máximas de servicio y protección que deberían regir sus actos. Incrementado tras la decisión de Nicolas Sarkozy de retirar la policía de proximidad.
Resulta inquietante para el tradicional espíritu libertario de Francia, que tengan que ocurrir cosas como esta, para tomar conciencia de la necesidad de no dar la espalda a un sector de la sociedad.
Las democracias se basan en la soberanía del pueblo, expresada en la voluntad de la mayoría… pero sin olvidar el respeto a las minorías. De lo contrario, nada tendría sentido.
Quemar coches no está bien, pero para hacer una tortilla es necesario romper algunos huevos.
La minoría de oprimidos ha conseguido llamar nuestra atención, ahora, ha llegado el momento de que nos pongamos a buscar soluciones. El pueblo no es todo turba. Incluso una sociedad civil en precario, como la de 1789 dispuso de sus personajes Ilustrados, que orientaron el descontento popular hacia la derrota del absolutismo y la búsqueda de un futuro mejor.
Hoy en día las cosas funcionan de otro modo —en Francia y en todas partes—, el poder absoluto ejerce sectarizando la mente de una mayoría de adeptos a los medios de comunicación de masas, para —acto seguido—, enfrentarles a las urnas. Es el gobierno de los orates, que no ven, no oyen, no leen, ni piensan… se conforman con que otros piensen por ellos, e incluso que otros voten por ellos a través de sus manos, que son una extensión de cerebros repletos de Real Madrid, Barça, Paris Sant-Germain, Gran Hermano, Salsa Rosa, Aquí Hay Tomate, Sábado Fiesta, Le Figaro, La Razón, COPE, Le Pen…
Pero hay verdades tan inocultables, que se abren paso incluso contra el pensamiento único. Una de esas verdades es la insostenible situación de injusticia que sufren los miembros del llamado cuarto mundo: un tercer mundo, dentro de nuestro orgulloso y autosuficiente primer mundo.
¿Y qué piden los jóvenes? Poca cosa: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
5. ¿SE PUEDE EXTENDER LA VIOLENCIA A OTROS PAÍSES?
Puede y ya lo ha hecho: en Bruselas y Berlín ya se han registrado numerosos incidentes que, como en las ciudades de Francia, incluyen la quema de coches, el ataque contra edificios públicos y el enfrentamiento con los agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad.
No obstante, uno de los elementos rectores de las situaciones de inestabilidad es el grado de desesperación de las minorías y su porcentaje sobre la población total… parámetros de control social que los gobiernos conocen bien, y que no parece que en España —por el momento—, se acerquen a los valores necesarios para desembocar en enfrentamientos callejeros.
La situación en Francia es bien distinta, allí los subyugados representan un número potencialmente peligroso para la seguridad del Estado, y su nivel de insatisfacción es también muy grande.
En España no hay peligro de inestabilidad interna. Por ahora, disponemos del Estrecho de Gibraltar para ayudarnos a mantener el Infierno fuera de la vista. Por ahora.
6. ¿A QUIÉNES BENEFICIA LA SITUACIÓN ACTUAL?
Por un lado, aquellos quienes tengan sus coches asegurados a todo riesgo, pronto dispondrán de vehículos nuevos, porque la sociedad capitalista es precavida y gusta de asegurarse y reasegurarse para mantener la ilusión de infinita permanencia.
Pronto habrá nuevas convocatorias para acceder a al función pública para cubrir las necesidades de las instituciones penitenciarias. También algunas constructoras pertenecientes a amigos del poder establecido dispondrán de maravillosas excusas para tener más beneficios, y repartir nuevas comisiones ilegales. Incluso quizá se cree alguna plaza de fiscal especial anti-libertad.
Pero —por encima de todo—, el máximo beneficiado será el Frente Nacional, el partido neonazi de Jean Marie Le Pen, que será quien recoja los resultados electorales de las nuevas fuentes de odio y confusión generadas estos días, sumadas al humillante espectáculo que están ofreciendo los títeres de la derecha no-abiertamente-nazi que ocupa el gobierno de Francia estos días.
En efecto, el Frente Nacional será quien sacará tajada de todo esto, y verá sensiblemente incrementada su representación parlamentaria en los próximos comicios. Para sonrojo de una aplastante minoría de personas de bien.
Yo incluso me atrevería a afirmar que, de ser ciertas las noticias que entreven cierta “coordinación táctica” entre los jóvenes rebeldes… ésta debería provenir de elementos a sueldo del citado partido nazi, que es quien al final se va a beneficiar.
7. ¿CUÁL ES LA TENDENCIA DE LOS ACONTECIMIENTOS?
Por lógica, los acontecimientos pueden empeorar o mejorar, pero no permanecer como hasta ahora. Porque, al menos al Estado, todavía le quedan unos cuantos ases más en la manga, que incluirían el levantamiento de tribunales especiales, la aprobación de textos legales adhoc, incrementar las detenciones —con o sin garantías procesales—, y, si finalmente todo falla, el viejo recurso de papá Estado: el ejército.
Contemplamos pues, dos escenarios posibles: a mejor o a peor.
Varias son las razones que frenan al Estado en su intención de recurrir a la fuerza bruta para sofocar la revuelta: la primera de ellas, es la presión informativa hoy en día todo se sabe —solo en París puede haber cerca de cien millones de dispositivos capaces de captar imágenes—; en segundo lugar, el porcentaje de población afectada —por ejemplo: se puede aplastar a 150.000 vascos, pero no a 7.000.000 de franceses—, y luego está el temor a una escalada militar, claro: si la cosa se sale de control, “alguien”, podría hacer “algo”, conde menos te lo esperas. Está prohibido decirlo, pero —sin duda—, los elementos disuasorios juegan un importante papel en cualquier conflicto.
Es decir: el Estado puede elevar mucho el listón, pero con cierta moderación, al menos aparente.
¿Y la otra parte? El pueblo también puede elevar el tono de su protesta, pero no mucho más. Si el Gobierno activa todos los resortes para mentir de modo sincronizado, si potencia la creación de patrullas ciudadanas, si pone el ejército en la calle, si hace la vista gorda ante los abusos que puedan ocurrir… la minoría no tendrá ninguna posibilidad.
Además está el factor de la edad… como en el País Vasco y como en todas partes, no es que los jóvenes sean más radicales, o cuerpos más atléticos que les permitan ser más lanzados en las revueltas urbanas… simplemente, al ser jóvenes y no tener aún la vida muy planificada, al no tener cargas familiares, ni nada que los ate… su predisposición al riesgo es mayor, porque —salvando los tópicos del temperamento de la adolescencia, o la falta de la formación del carácter—, en realidad, solo se sienten responsables ante ellos mismos, y por eso resultan más osados, pero eso no significa que las palabras “joven” y “violento” deban ir siempre juntas, como pretenden algunos medios de comunicación de masas.
Traía a colación lo de la edad, porque el segmento de población que tiene una edad “apta para el combate urbano” no es muy grande, lo que significa, en resumen, que papá Estado va a ganar.
Por tanto, confío en que los hechos remitan antes de un mes, y queden sepultados por una avalancha de mentiras y criminalizaciones generalizadas que poco tendrán que ver con la amarga realidad: que los de siempre seguirán sufriendo, que los policías acosadores del 27 de octubre quedarán impunes, que nunca se sabrá como un artefacto lacrimógeno fue a parar dentro de la mezquita en pleno culto, que muchos jóvenes “templarán” su instinto inconformista con una larga estancia en centros penitenciarios, que además sus historiales penales se verán empañados —lo que aumentará su marginación social—, y que si no se impone una reflexión y cambio político, todo cambiará, para que todo siga igual.
Buenas palabras, pax romana y muchos regalos por Navidad.
8. ¿CÓMO RECUPERAR LA PAZ?
Hacer el bien es fácil: solo hay que desear para los demás, aquello que deseamos para nosotros. Es más, el principio de toda paz social, estriba en el reconocimiento de que ya no hay “demás”, que el concepto de “los demás” nos incluye.
Francia —y todos los países que ceden al neoliberalismo—, debe volver sobre sus pasos y reconocer que las causas de esta Segunda Revolución Francesa no distan mucho de las de 1789: el auge de la burguesía, el resentimiento contra el poder establecido, la lucha contra un poder empresarial que margina a ciertas minorías, la aparición de ideas ilustradas —hoy el pensamiento es indetenible—, abusos en la inversión pública, escasez de medios de vida y el resentimiento por los privilegios de la clase media.
Quizá sean menos, pero son personas, como yo, como tú, como Jean-Marie y como Juan Carlos.
No habrá paz mientras no haya respeto, trabajo, justicia, libertad, igualdad y fraternidad.
(c) Jaume d´Urgell ____________
* Jaume d'Urgell es escritor y vive en Madrid,
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