(Puerto Madryn) Natalia Pascuariello
Está viejo y olvidado. Cada vez que paso por la esquina de la calle Rawson, me detengo en ese espacio que me incomoda. Busco una piedra en mi zapato. No es. Atormentada esfera de ideas ¡sin concreción! Se parece a cualquier cabeza de un funcionario público actual. Pero no: soy yo y mí que me pesa. Parece como algo...parece que los ojos se me salieran de la cara, así de exagerada. Busco un anuncio, una nueva función, una obra. Maldito fanatismo que irrumpe cuando las puertas del Viejo y Olvidado patrimonio teatral están cerradas. Presiento que algo viene: se me desarma la boca en insultos que se pierden en el mar.
Siempre pensé que las cosas y las personas estaban severamente determinadas por la geografía. Y mí me lo confirma. El santuario del rito y del mito teatral está en el extremo que envuelve la ciudad, la tierra, casi como saliendo, como que la civilización no le da cabida. Representa que lo improductivo debe estar fuera. Algo me desintoniza la frecuencia y es que encontré una analogía con una fábrica de aluminio. (pido perdón por esta brecha).
Marginado. Está lejano, desteñido, solitario y final. Nadie lo sabe, pero él enmarca desde adentro la historia de la insana comunidad artística .
Sin embargo, hoy ya no es. Las viejas medidas de seguridad (que ahora nuevamente son nuevas) no lo dejan ser. Una vez más la culpa la tiene un funcionario público cuya negligencia desató fuegos y mató a la juventud de un bolichito porteño. Quiérase o no: lo porteño hasta en la sopa.
Hace unos días leí en un diario local que “realizan refacciones en el Teatro del Muelle”. Y el hecho de que el Viejo y Olvidado esté presente en los medios me trajo recuerdos de otros tiempos:
Dos años atrás el histórico Teatro del Muelle, estuvo a punto de pasar a ser un centro comercial- cultural. Este intento fue - como lo definió un artista local- una suerte de “cachetazo a la cultura” que le hacía recordar a las “tristemente celebres privatizaciones menemistas”. Bajo el lema “Venceremos por la prepotencia del trabajo”, los artistas locales cumplieron su objetivo: el rechazo total al contrato que tomaba prestado al Teatro por diez años y su anulación.
Digo: la cultura no se vende. El arte misteriosamente sí.
Pero también y siempre, me trae recuerdos de esos tiempos. Siento que hace falta. Nos hace falta. Es que, a decir verdad, siempre confié en su poder. Es como esos lugares que sin querer se le quedan a uno dentro. Lo atrapan.
Bajo la piel de Electra aprendí a quererlo, a notar en cada rincón de su misterioso mundo que la realidad no tiene parámetros para definirse, que uno puede ser y no ser, metamorfosearse. Es un espejo que, aunque para muchos vaya de contramano, para otros no es más que un reflejo fiel.
Porque en él se puede jugar a un juego en el que se fusiona lo natural con lo espontáneo y la libertad con la imaginación. Porque allí lo más sensato de la realidad pasa a ser lo mas absurdo. Porque guarda la posibilidad de soñar con los ojos despiertos y de dialogar con uno mismo. Porque todo esto ya pasó de moda. Por eso se añeja y se lo olvida Pero también se lo extraña...
(c) Natalia Pascuariello
Sobre la autora:
Natalia Pascuariello nació en la ciudad de Puerto Madryn, provincia del Chubut en 1984. Es estudiante de Periodismo y Letras en Trelew. Actualmente colabora en el Suplemento Cultural Tela de Rayón del Diario Jornada de la misma ciudad.
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