Mi jardín en Nueva Delhi por María Cristina da Fonseca
"Este no es mi jardín", afirmó mientras bebíamos de tazas cuya porcelana repetía el esplendor de la flor de la pluma bajo cuya sombra nos encontrábamos.
Su verdadero jardín, el que por ella palpitaba en cantos y pétalos, el que para ella hermoseaba día a día estaba lejos, muy lejos.
" Con los ojos lo visité sólo una vez, pero me pertenece", prosiguió. (Hablaba más para sí misma que conmigo) .
Había pasado fugazmente junto a él. …"a esa hora ,el sol era una enfermedad ...su lozanía me empapó de golpe", explicó.
(La miré. Su piel lucía verdosa como quien carga incontables insomnios sobre los párpados).
"Bastó detener unos instantes mi mirada sobre el oleaje de sus plantas para saberme su dueña", explicó.
"Su exagerada vegetación , los gigantescos helechos ribeteados de rosado, el encaje de las hojas, los lotos duplicados en el espejo de agua refulgían de humores y sabias . Especies, sin nombre para mí, acariciaban el aire con el secreto terciopelo de sus pétalos……….Convertida en emanación vaporosa, yo misma me hice perfume.
Al fondo, muy al fondo se adivinaban los destellos de oro de un limonero. Recuerdo sobre todo un árbol : sus ramas caían para echar raíces y volver ascender..Era en sí un bosque Los pájaros tejían cantos entre sus hojas.
Todos los jardines cabían en ese jardín…"
"En la profundidad del verdor advertí una titilante mancha rosada, – siguió diciendo con la mirada perdida como si aún estuviera viendo la escena.- Era una amatista vegetal.... algo entre flor y mariposa que metamorfoseada en niña, jugaba junto a un bosquecillo. . ..."
Me fui de aquel país hace mucho. Mas por siempre me acompañan los aromas de ese pedazo de tierra. Su vaporosa humedad me refresca desde la distancia."
"No he vuelto a visitarlo, mas forma parte de mi vida", agregó, luego, de un largo suspiro. "En sueños me llegan noticias suyas.
2
En el día de mi cumpleaños, escucho que en él cantan para mí. Lo veo encenderse en luciérnagas por las noches. En horas de tormenta,
cuando el viento y la lluvia se abaten sobre su espesura, siento como me debilitan y nutren a mí también. Incluso, ahora al hablar, me impulsa la misma oscura fuerza vegetal que obliga sus plantas a crecer.", terminó de decir enjugándose la frente empapada de ¿ sudor, rocío o agua?
( Pese a las varias tazas de té que ya habíamos bebido, la sed volvió a hacer presa de mí.)
Tras un largo silencio, agregó:"La gente me mira burlona cuando hago referencia a mi jardín en Nueva Delhi. Sí, mi jardín crece en ese otro jardín que es Nueva Delhi. Ni yo misma soy capaz de explicar el lazo misterioso que me ata a ese remoto y delicioso lugar".
(La voz de la mujer sugería el rumor del viento entre las hojas. La fuerza de sus palabras, contrastaba con su fragilidad de nardo).
"Me fui de aquel país, hace mucho ", confesó, dejando caer las manos como un seco manojo de pétalos sobre su falda floreada.
(Me tomaba como confidente y me dejé persuadir por sus palabras. Es increíble lo que cada persona puede estar dispuesta a soñar en relación a sí misma).
Desde esa distante mañana siempre la acompañaba el sosiego de aquel vivo pedazo de tierra, comprendí.
Durante sus frecuentes viajes alrededor del mundo – su pasión por esas flores nocturnas llamadas estrellas y los fenómenos de firmamento la inducían a perseguir los eclipses por cielos propios y ajenos – había tenido la impresión de divisar "su jardín" en más de una oportunidad, me explicó.
" Creí reconocerlo en el brillo de ciertas estrellas crecidas en el firmamento, en la exuberancia de cierto parque botánico, o en un rincón de alguna plaza – dijo – pero, sólo una vez me sucedió toparme cara a cara con él.
Fue en el Beni. Regresaba , yo de un avistamiento - llevaba aún puestos los anteojos que uso para el desempeño de mi oficio- cuando sucedió. Alguien quiso atenuar el permanente estío de Trinidad, ofreciéndome una jarra de limonada. Era, lo juro, la bebida más fresca que jamás pasó por mi garganta. Contenía los aromas de los mil y un limoneros del mundo, su dulzura se equilibraba magníficamente con su amargor. Jamás nunca volvería yo a tener sed, pensé.
Un trozo de mi jardín vino a encontrarme , a través de la frescura de ese jugo de limón y agua ". Cuando quise saber de dónde provenían los frutos del cual estaba hecho, me condujeron hasta el patio interior de una casa de aquella perdida ciudad, prosiguió.
" Su fragancia que impregnaba la noche, nos guió hasta dar con él . La luna surgió desde la copa de una mata de tamarindo .. Hoja a hoja, pétalo a pétalo mi jardín se llenó murmullos y zumbidos ¡ cada árbol era una caja de música!
Aquel trozo del edén crecía en el interior de un recinto abierto al público. Al fondo de la heladería " La Camelia de Hielo" para ser exacta. Usé diversos subterfugios para intimar con quien fungía como dueña del lugar. Pero ni mi exagerada cortesía ni mi consumo dispendioso logró convencer a doña Adolfina Hinojosa de venderme parte del verdor que me pertenecía.
"Este patio estaba fuera del comercio humano ", me espetó cuando le ofrecí un precio exorbitante por ese él. ( Aquella descasada vivía para cuidar esa íntima jungla de aromas y murmullos ). Y, sin atender a súplicas, ante mi insistencia terminó por dar aviso a la policía en cuyos calabozos permanecí, ocho noches con sus días, por " profanar jardines ajenos y perseguir eclipses. "
Marchita, por efecto de sus propias palabras la mujer se enterró en el silencio.
"Después de ese incidente, no volví a mirar mi jardín. Sin embargo, llevo sus aromas y fosforescencias diseminadas por el cuerpo. Sus sombras crecen en mí. A veces, pienso que no soy sino un trozo suyo", terminó de contarme en un bordoneo de insectos tropicales.
Cree ser un trozo de su pretendido jardín, pensé para mi misma
Sólo ,entonces, recordé con plena nitidez, cuanto se solía comentar sobre el malsano color de su piel y las abejas que revoloteaban en torno a su alborotada cabellera. No se le perdonaba, tampoco, el no revelar el nombre del misterioso perfume que dejaba caer en oleadas intermitentes sobre las cosas y lugares por donde pasaba . (Joya de olor que no se avenía para nada con su pobre bolsillo).
Alarmada por la sospecha, quise irme.
Un miedo subterráneo me invadió, cuando traté de poner de pie, y no pude
Algo me impedía hacerlo.. . . Al mirarme los pies , con horror constaté que habían echado raíces...
(c) Cristina da Fonseca - Todos los derechos reservados
imagen: crédito de la fotografía: Araceli Otamendi, serie árboles, 2005.
(1) María Cristina da Fonseca murió en mayo de 2006 en Santiago de Chile