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El alcalde Pasqual Maragall había preparado cuidadosamente su relevo en el Ayuntamiento de Barcelona. El socialista Maragall dejaba su cargo a media legislatura (ejercido de 1982 a 1997) para preparar su candidatura a las elecciones autonómicas de Catalunya. A tal efecto se convocó el plenario del consistorio para el día 26 de septiembre de 1997, una fecha que coincidía con las fiestas de la Merced, la Fiesta Mayor de la ciudad. En aquella sesión solemne, tal como había anunciado, el alcalde Pasqual Maragall pronunció un discurso de renuncia a su cargo. Una de las primeras frases que dijo, provocada por los pitidos de protesta que le habían dedicado trabajadores del ferrocarril metropolitano, fue la siguiente: “Agradecemos esta música que tanto ha acompañado la construcción de la nueva Barcelona”. Y es este enunciado ingenioso y persuasivo el motivo de estudio de nuestro artículo.
El ingenio es un motivo tradicional de admiración. Hay que convenir que el canon occidental proclama dos fuentes de admiración: la belleza y la inteligencia. Una manifestación chispeante de esta última es el ingenio. Pero el ingenio más celebrado resulta cuando se conjuga las dos fuentes expresadas —belleza e inteligencia— merced a la fineza cognitiva y la exquisitez expresiva (Garrido Medina 1997:27). Precisamente en esa feliz síntesis del ingenio hallamos reunidas las características de la bella y del bruto, de la seducción y de la estrategia o, lo que viene a ser lo mismo, la conjunción de la cortesía (Leech 1983) en las maneras y de la dureza en los juicios. La ironía (Fernández García 2001) y el sarcasmo, las paradojas y los juegos de palabras, son los recursos retóricos de estos estallidos, en ocasiones vanidosos y frívolos, que cuentan como un autohomenaje; y, en otras ocasiones, son juicios morales disfrazados de mundanidad, que suponen una crítica cabal del objeto de sus dardos.
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