La aculturación de los medios es una expresión admirablemente concisa y abstracta que remite a un fenómeno vital. Pues habla de los cambios que producen los medios de comunicación en los patrones de comportamiento que las personas han adquirido socialmente. Esa realidad tiene muchas caras y sus efectos, tan poderosos, pueden resultar contradictorios.
Una imagen del escritor polaco Stanislaw Lem nos pone en situación de sentir en qué consiste la aculturación de los medios. “El aluvión de imágenes —dice Lem— corre sin cesar y el espectador se siente como si se hubiese metido en una bañera con el chorro de la ducha a plena potencia y después arrancase el grifo”. Vivimos bajo un diluvio de imágenes, en una casa cuyas paredes son pantallas y sus muebles más aparatos de comunicación.
La aculturación de los medios es un fenómeno social que nos desafía con un dilema. ¿Qué se nos arrebata y qué se nos brinda como renovada posibilidad? Antes de responder, nos decimos que el planteamiento parece simplista, como si sólo hubiera cara y reverso, como si comportaran pérdida o ofrecimiento. Sin embargo, el debate suele aparecer polarizado en estos términos. Veamos si no cómo muestran esos extremos la antropología y la lingüística mediante las ideas de asimilación, préstamo y transculturación.
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