No es cierto que no exista aprendizaje sin esfuerzo. Buena parte de nuestras competencias funcionales, como comunicarse o andar las aprendimos (a excepción de las personas discapacitadas) con muy poco esfuerzo. También muchos estudiantes superaron sus estudios de secundaria, incluso sus estudios universitarios, ‘empollando’ listas de conceptos, conjunto de fórmulas, fajos de leyes que transcribían de sus libros y apuntes a los exámenes, sin que apenas pasasen por sus cabezas, sin mayores esfuerzos; o quizás deberíamos precisar que sus esfuerzos fueron más físicos que cognitivos, más vinculados a la primera de las acepciones del diccionario: acciones enérgicas del cuerpo, que suponían resistir muchas horas sin dormir, tolerar distintos tipos de estimulantes, y aplicar diferentes técnicas de copiado que iban desde la recitación verbal hasta la confección de chuletas de distinto grado de sofisticación.
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