Cuando en el Salon des indépendants de París de 1906, el certamen pictórico más importante del año, Henri Matisse presenta su pintura “Le bonheur de vivre”, se produce una verdadera conmoción entre sus colegas. Se trata de una obra de inusuales dimensiones, en la que se observan desnudos femeninos con una actitud poco recatada e insólitamente natural, a la que los colores vivos, la pincelada contundente y la multitud de elementos que incluye, le dan un fuerte impacto visual. Ante este desafío4, Picasso se plantea realizar una obra que suponga un paso aún más innovador y radical; sin embargo, en esa nueva empresa el color y la luminosidad, que él no dominaba suficientemente, no podían constituir la base del cambio; debía investigar sobre nuevos elementos, como el espacio, la perspectiva y la forma.
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