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Hoy, el cerebro de un gorila pesa alrededor de 500 g; el del Homo habilis (hace 2 millones de años) pesaba 600 g. Quinientos mil años después el cerebro del Homo erectus, pesaba más de 800 g. Hoy, un millón y medio de años más tarde nosotros, los Homo sapiens, portamos un cerebro que tiene un peso promedio de alrededor de 1300 g. Un cerebro en el cual la corteza tuvo un desarrollo comparado descomunal. Tal vez convenga aclarar que para pesos corporales similares, mayor peso cerebral implica mayor número de células y de conexiones.
Podría decirse que -con criterios evolutivos- el cerebro ha sido una inversión de alto riesgo por el gasto energético requerido para desarrollar y mantener un órgano tan exigente. Cuando nacemos, utiliza el 60% o más de lo que nuestro cuerpo consume. Y en la madurez, todavía sigue requiriendo entre el 20 y el 25% del consumo total. Y, sin embargo -para un individuo promedio-, representa apenas un 2% del peso de nuestro cuerpo. En un perro, por ejemplo, el mismo órgano consume alrededor de un 5% de su energía; le sale más barato. Claro -podrá decirse- da más trabajo hablar que ladrar. Sin duda, la emergencia del lenguaje aportó una nueva dimensión al desarrollo.
Pero no es que nuestro cerebro gaste más porque hablamos sino, en todo caso, porque podemos hablar, entre otras cosas.
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