Consideramos oportuno traer aquí, para empezar, un chascarrillo que pueda provocar una cierta sonrisa en el lector. "Recordemos aquél presbítero que desde el púlpito increpaba a los fieles de la iglesia con ardor y cierto grado de enfado. Se pasaba sus homilías vaticinando la condenación eterna para todos aquellos que no asistían a los oficios religiosos de los domingos, y cada celebración, con el motivo que fuera, -San José era carpintero, hacía confesionarios, hablemos de la confesión-, volvía sobre sus pasos e increpaba hasta la saciedad al sufrido auditorio, hasta que un feligrés, harto de tanta insistencia se levantó de su asiento y vociferando le dijo a su párroco: "¡Padre!, lo que está diciendo ..., en todo caso, a los que no vienen, que nosotros estamos aquí".
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