Después de un dilatado silencio, la historia impartida en las aulas ha irrumpido en los escenarios que producen la actualidad y contribuyen a inventar los supuestos objetos de pública preocupación. En la actual polémica acerca de los males de la educación histórica de los escolares españoles ha terciado, como decía el padre Feijoo en sus Reflexiones sobre la historia, todo tipo de "sabios de conversación e historiadores de corrillo". Pocos intelectuales han resistido la tentación de opinar, en los más diversos medios de información, sobre tan grave y trascendental cuestión; en su mayoría, y salvo excepciones, han prestado su pluma, su voz y su imagen a una lamentable operación de recuperación de las ideologías dominantes del "sentido común", lo que evidencia la ligera tintura crítica que impregna el territorio de muchas de las conciencias vivas del país. Y eso por no paramos a mencionar los dignísimos arrebatos de amor patrio que ha exhibido buena parte de la sufrida profesión periodística o las no menos entusiásticas apologías nacionalistas ejecutadas por algunos políticos que a sí mismos se dicen de esa confesión, y por otros que, negándola, la practican en igual o superior grado.
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