Hace poco más de cien años , alguien – el nombre y la nacionalidad son seguramente lo de menos dio al fin con una tecla que la humanidad llevaba siglos tratando de pulsar: en Francia, Estados Unidos o Alemania, gente como los Lumiére, Edison o los Skladanoski consiguieron, por procedimientos similares, captar y proyectar sobre una pantalla plana imágenes que transmitían una sensación de movimiento continuado. Culminaba así un largo proceso de investigaciones técnicas y recreativasanimadas por distintas variantes de un mismo afán: el de producir a voluntad esa peculiar fascinación que ejerce sobre el ojo y sobre el cerebro humanos la contemplación de unas representaciones dotadas de cierto «verismo y se iniciaba otro, no menos complejo, que iba a acabar convirtiéndose en el más formidable instrumento de comunicación del siglo XX. El cine y sus «hijos»la televisión y el vídeo experimentarían un desarrollo acelerado, a impulsos del enorme negocio que muy pronto erraron ser, hasta llegar a invadir las más recónditos espacios de la vida cotidiana, con sus extraordinarias posibilidades de ofrecer sorpresas, emociones, disfrute, y también de conformar gustos, costumbres y modos de sentir y de pensar.
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