La tradición educativa ha ligado el dominio de los aspectos centrales de la condición humana (el pensamiento y la apropiación de los contenidos de las identidades culturales o nacionales) al aprendizaje de la lectura y de la escritura. Aprender a leer y escribir equivalía así a acceder a una especie de código mágico y universal del pensamiento, y asimismo a un acervo universal de la ciencia y a otro, más limitado y hondo, del sentimiento y de la personalidad, de la propia cultura. Estos dos aspectos de la lectoescritura, de cábala simbólica universal uno, de herencia cultural y sentimental otro, han permanecido como valores esenciales en el debate social, político y pedagógico. Es cierto que en los últimos tiempos se abre y encarniza una batalla entre la primera dimensión y la segunda. La primera sostiene que el código universal cognitivo prima sobre el contenido cultural afectivo y la lectoescritura es sobre todo una cuestión de codificación, una herramienta del pensamiento universal, y no tanto un instrumento de identidad y enculturización, como enfatiza la segunda.
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