Después de los progenitores, los educadores son los adultos más próximos a los niños y con los que pasan la mayor parte del tiempo, sobre todo en las primeras edades; de este modo, los maestros acaban por convertirse en modelos. Si a ello añadimos que “la escuela es el centro promotor del libro infantil” (Cervera, 1992: 15), podemos afirmar que el docente es el mediador entre el niño y el libro, es decir, el que orienta, informa y asesora (1).
La lectura. La lectura no es un conocimiento que se comparta con argumentos exactos y en un momento concreto; muy al contrario, la lectura es un sentimiento y como tal se transmite por contagio y de manera constante (2). Debido a esta naturaleza, nos atrevemos incluso a calificar la lectura como una práctica irracional, que no se ajusta a justificaciones tangibles y que escapa de la lógica. No sabemos exactamente qué es lo que nos seduce al tener un libro entre las manos y las explicaciones racionales al respecto resultan absurdas. Asimismo, puede surgir un lector entusiasta en los ambientes más desfavorecidos y, por el contrario, la consecución de las condiciones más idóneas no garantizan su aparición.
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