La preocupación por el porvenir de nuestras democracias ha ocupado insistentemente el pensamiento de la mayoría de los estudiosos de América Latina, en los últimos años. Ya en la mitad de la década del noventa se pueden observar condiciones económicas y sociales cada vez más desfavorables para la estabilidad de nuestros países. En algunos casos con porcentajes tan altos de exclusión social que hasta se podría llegar a dudar de la existencia de democracia, si ésta es concebida -en la forma en que lo he hecho en otra parte - como un gobierno de inclusión tanto política como social. Las grandes masas de desocupados y el ensanchamiento de los márgenes de pobreza, así como las particularidades que esta última adquiere en el contexto actual, plantean peligrosas tensiones a la gobernabilidad democrática
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