Debo reconocer, por extraño que parezca a los que no son del gremio, que el periodista es un ser racional. Parto de este supuesto, básico para la argumentación que sigue, tomando el significado que los economistas dan al término “racional”. “En economía”, escriben Richard Mckenzie y Gordon Tullock, “se supone que la gente es “racional” en el sentido de que es capaz de determinar aquello que quiere, dentro de sus límites, y de que luchará por conseguir tantos de aquellos deseos como le sea posible” (1). De acuerdo con esta idea, el periodista actúa movido por el deseo de obtener el beneficio óptimo por su comportamiento. Es decir, entre la pasión por la verdad y su instinto de supervivencia, es capaz de elegir entre varias alternativas y toma decisiones con el fin de obtener la mayor utilidad al mínimo coste.
Durante veinticinco años de ejercicio profesional del periodismo -casi la mitad dedicado a la información económica- he tenido la intuición permanente de que no existen noticias neutrales. La llamada neutralidad en la prensa no es más que -y nada menos que- una tendencia utópica y maravillosa que ambicionamos todos los periodistas de buena fe. Esa misma experiencia me permite aventurar también que cada noticia tiene su precio y que, en la compraventa de noticias, hay intereses que no llevan necesariamente la misma dirección, intensidad y sentido, sino que, a menudo, son contrapuestos.
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