Las historias del cine y los medios de comunicación contemplan sólo el cine con vida oficial. Tras la censura franquista, la censura económica ha estandarizado un cine dominante, inofensivo y conformista. Y, sin embargo, hay aportaciones importantes que se enfrentan a la indiferencia o al silencio.
Las diferentes historias del cine, ya sean de ámbito nacional y general, o bien de vocación local y acotadas en el tiempo, acostumbran a leer IL el cine visible. Es decir, su campo de trabajo se centra, de forma mayoritaria y a veces casi exclusiva, en los hechos y en las películas noticiables, en aquellas imágenes que generan acontecimientos, que son reconocidas por la crítica, que provocan éxitos de taquilla, que ganan premios en los festivales o que, al menos, se estrenan y alcanzan una cierta resonancia.
Estamos hablando, por tanto, de un cine que, más tarde o más temprano, acaba por encontrar a sus destinatarios, que es reconocido por la sociedad en la que nace y que, en el mínimo de los supuestos, consigue tener vida oficial por restringida y difícil que pueda resultar su comunicación con los espectadores. Sin embargo, las historias del cine no acostumbran a descender tanto, se mueven habitualmente en territorios más agradecidos o más fácilmente identificables y edifican sus análisis, casi de forma mayoritaria, sobre los datos que están más a la vista o que son más relevantes, sobre los autores que consiguen una cierta continuidad en su trabajo o sobre las películas que van marcando los diferentes hitos y momentos álgidos de cada etapa o de cada país.
Y no sólo sucede así, por cierto, con los trabajos de vocación historiográfica. Lo mismo acontece, habitualmente, con el reflejo que el cine alcanza en los diferentes medios de comunicación, con los debates públicos que genera o, todavía en mayor medida, con el pulso diario de la industria y de los mercaderes. Parece como si todos ellos fueran incapaces de pensar el cine en otros términos que no sean la carterlera publicitaria y el depósito legal, la rentabilidad propagandística o el prestigio de fachada, el tamaño de las noticias o el montante de los beneficios.
Pues bien, a pesar de esta contingente y terca realidad que tenemos delante casi todos los días, también existe otro cine. Un cine, claro está, que apenas obtiene reflejo alguno en los medios de comunicación, que discurre habitualmente al margen, por debajo o a espaldas de los canales industriales establecidos, que se formula como desafío a los modelos culturales dominantes, que encuentra múltiples dificultades de todo tipo para vencer las barreras de la comunicación, que se produce y se filma en medio de enormes y a veces pintorescas apreturas económicas, que tiene casi siempre una vida pública efímera o que ni siquiera llega a conseguir, como ha ocurrido tantas veces, vida pública de ningún tipo.
Ahora no estamos hablando de una sola modalidad o tipología de películas. Por el contrario, hemos entrado ya en un campo de extensa variedad, de fructífera y enorme diversidad, contra lo que pudiera parecer a primera vista. Empezamos a hurgar en la trastienda del cine oficial, en la cara oculta o sumergida de la industria visible, en la vertiente más incómoda y menos confortable del reino de las imágenes. Y al llegar aquí, antes de seguir avanzando, conviene hacer algunas precisiones
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