El desarrollo implica una importante revolución en las comunicaciones. Pero los problemas planteados por las transferencias de tecnología comunicativa a los países de la periferia invitan a una nueva política de cooperación.
El concepto de «desarrollo» ha sido objeto de una intensa polémica en la que se ha pretendido defender desde su posibilidad universal hasta la existencia de barreras estructurales que lo imposibilitan para la periferia del sistema (1). En cualquier caso, el desarrollo es un fenómeno de múltiples dimensiones, cuya definición estricta no puede hacer dejación de las particularidades de las formaciones sociales concretas, y que implica todos los órdenes de la vida: la realidad sociocultural, la política, la educación, las tecnologías en uso y los criterios de gestión, las relaciones internacionales se ven afectadas por las características del proceso de desarrollo en curso, a la vez que, en una relación dialéctica, son aspectos de ese mismo proceso.
La génesis histórica del desarrollo se puede presentar como la expresión de dos revoluciones fundamentales, económica y política. La dimensión económica del desarrollo contemporáneo la podemos sintetizar como la transición de la autosuficiencia a la producción generalizada de mercancías, basada en la división social y técnica del trabajo, como ya pusiera en evidencia Adam Smith en 1776. Estos cambios económicos, que abarcan el desarrollo de la Humanidad desde la época del comunismo primitivo hasta el desarrollo del modo de producción capitalista, implican en el capitalismo contemporáneo un cambio en la mentalidad de las personas, que adquieren:
-una mayor conciencia del tiempo y una orientación hacia el futuro, frente a la orientación hacia el pasado esencial a las sociedades precapitalistas.
-motivación hacia la autosuperación, que implica la idea de una sociedad legitimada por la posibilidad de promoción.
-relaciones humanas basadas más en lo funcional que en lo afectivo.
-dominio de los signos de la escritura y de otros códigos de comunicación (A. A. Moles 1977:80).
La revolución política, por su parte, requiere la universalización de la ciudadanía a toda la población, manifestación política de la unificación y extensión necesaria de los mercados (del consumo). Esto implica una transformación esencial en las formas de ejercicio del poder, y de su difusión y ritos (legitimación del Estado democrático‑burgués, como expresión del poder bajo el capitalismo). En este proceso, los seres humanos adquieren nuevas y mayores capacidades asociativas, así como una nueva conciencia de la justicia.
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