El desarrollo tecnológico en materia de información y comunicación ha supuesto cambios tan acelerados en los últimos años, que han afectado profundamente la conformación social y política del mundo actual. Los medios de comunicación, tradicionales o innovadores, encierran un enorme potencial de creatividad y de desarrollo personal, lo cual hace de ellos elementos muy significativos del proceso educativo.
La radio y la televisión, por ejemplo, constituyeron en sí mismas una esperanza para modificar los medios de aprendizaje. Se pensó que estos instrumentos iban a producir una auténtica revolución en el sistema educativo, pero muchas de sus ventajas no se han utilizado de forma adecuada ni en el sistema escolar ni en el extra‑escolar. Más bien, se ha generado una nueva escuela paralela que emerge con fuerza en nuestras sociedades y que, sin proponérselo, compite con la institución escolar. Una escuela que conlleva riesgos indiscutibles que trascienden a la capacidad del propio medio educativo para su respuesta global.
Estos medios de comunicación desarrollan condicionamientos a través de un vocabulario, categorías conceptuales y actitudes. Los programas generan normas, valores y contenidos ideológicos, explícitos o implícitos, que tienden a relacionarse con el modelo cultural y económico dominante por cuanto participan en la estructura del poder social, y que, además, pueden crear cambios en el modelo social vigente. La imagen y el sonido cautivan nuestra pasividad. Nadie deja de reconocer que la televisión ha significado un avance tecnológico de primera magnitud que, para bien o para mal, ha cambiado nuestros hábitos, ha puesto al alcance de la vista el instante de lo que sucede en el mundo, ha acompañado la crisis de la soledad de las sociedades más avanzadas y se ha introducido en lo más recóndito de nuestra vida privada.
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