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La irrupción de los nuevos medios de comunicación en América Latina, sobre todo de la televisión, está en la base de una completa reorganización de nuestras culturas y sus estructuras tradicionales de sustentación. Mientras otras sociedades accedieron a la modernidad sobre la base de la palabra escrita y su correlato en la educación universal y obligatoria, en América Latina estamos incorporándonos a ella conjugando imágenes electrónicas con analfabetismo; escuela incompleta y atrasada simultáneamente con una intensa internacionalización del mundo simbólico de masas.
La modernidad europea nació en cierta medida de la crítica: crítica de la religión, del poder absoluto, de la cultura estamentaria. En ella reverbera el alma de Mefisto (Goethe): “yo soy el espíritu que niega...” La tecnología de la escritura libera por fin a la palabra de la autoridad tradicional del hablante y configura el reino de la razón como opuesto al dominio ritual de la palabra consagrada. El círculo mágico de la transmisión oral se rompe y da lugar así al argumento escrito, al cálculo, a la reflexión articulada y hace posible, recién entonces, la crítica radical del sermón.
Sin escritura no hay desmontaje del discurso hablado del poder. En su origen moderno, como fenómeno de escuela y por ende en vías de masificación, la escritura ‑qué duda cabe‑ es un fenómeno “progresista”. Hace posible la sospecha, abre un hueco para la razón. Por primera vez, como señala Gouldner, con ella se pone socialmente el problema de la significación y se vuelven necesarias las ideologías.
La escritura como medio de comunicación crea pues una cierta forma específica de modernidad en la cultura. A esa forma pertenecen, entre otros, la crítica, el despliegue incesante de la racionalización, la competencia de interpretaciones, las propuestas públicas de organización de significados (ideologías) y la educación escolarizada. Al mismo tiempo, la escritura redistribuye el acceso al conocimiento y, por ende, las relaciones entre saber y poder. El intelectual moderno y su estrato, en continua expansión, son productos de la escritura, igual como la emergencia del campo científico y la formación de un espacio donde se expresa la opinión pública.
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