Las redes y agencias creadas en América Latina componen un modelo único frente al desequilibrio informativo. Pero su existencia no ha supuesto un cambio en la situación informativa de la región.
Las agencias de noticias tienen una función peculiar: su negocio es describir el mundo. Ellas definen los límites y categorías de la información pública sobre los asuntos mundiales. Y al definir la realidad, también definen los límites de la acción colectiva. Por esta razón, en la década del setenta ‑época de la gran lucha por un “nuevo orden informativo internacional, NOII”‑ muchos países del Tercer Mundo decidieron crear sus propias agencias y formaron redes para conectarlas. El eje de este empeño era que los países pobres ya no querían mirar el mundo ‑ni ser interpretados‑ a través de datos y enfoques producidos por fuentes ajenas, como las agencias de noticias de los países ricos.
En América Latina esto condujo a tres experiencias: a) CANA, Caribbean News Agency, formada en 1976 por medios privados y públicos del Caribe; b) ASIN, Acción de Sistemas Informativos Nacionales, formado en 1979 por diez gobiernos de América Latina; y c) ALASEI, Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información, formada con apoyo de UNESCO y del Sistema Económico Latinoamericano, que comenzó a operar en 1984 (1).
Estos sistemas fueron el único resultado concreto de los innumerables debates sobre el NOII, y por ello merecen al menos una revisión rápida. Pero más allá del interés histórico hay otro motivo. Hoy, cuando las redes propias ya existen, es más claro que nunca que el desequilibrio informativo no es sólo ni principalmente un problema externo.
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