Recientemente el Consejo de Ministros ha aprobado el Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, en adelante PNI+D, que dirigirá los destinos del I+D de nuestro país en los próximos cuatro años.
El PNI+D surge como desarrollo de la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica, más conocida como Ley de la Ciencia, aprobada en 1986. Como es natural, el Plan tiene las virtudes y adolece de las carencias de la Ley.
Se ha dicho, y se ha dicho bien, que la virtud fundamental de la Ley de la Ciencia ha sido la de proporcionar un marco legal moderno a los distintos actores involucrados en la aventura de la Ciencia y la Tecnología. Con este Plan, las Universidades, los Organismos Públicos de Investigación (OPIS) y las Empresas tendrán, por primera vez en la historia de este país, la oportunidad de conocer con cuatro años de antelación las líneas prioritarias de I+D, los recursos destinados y los mecanismos para acceder a éstos. Un gran logro sin duda, pues quizás podamos empezar a hablar de una política coherente de I+D con unos objetivos, aunque confusos y de corto plazo, y unos medios, aunque limitados, para cumplirlos.
En los países tecnológicamente más avanzados, la política de I+D forma parte de un grupo de políticas estratégicas, como Defensa, Exterior y Educación. Son por definición políticas de largo plazo, que exigen un consenso nacional básico sobre unas líneas maestras de actuación. Sólo la tenacidad, por encima de mudanza de gobierno y protagonismos personales, asegura el éxito.
En este sentido, el PNI+D tiene la modestia y trascendencia de los primeros pasos. Esperemos que sirva de experiencia piloto y laboratorio de ensayo para abordar metas más ambiciosas.
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