El auténtico artífice del pensamiento moderno, Francis Bacon, llamó “ídolos” a las nociones falsas que ocupan la inteligencia y obstaculizan el trabajo científico. Entre ellos estarían los “ídolos del foro”, que proceden de la sociedad y agrupación humanas: son los nombres de cosas que no existen –como “fortuna”‑‑, o las palabras abstractas, confusas y mal definidas. Palabras, en cualquier caso, de fácil equívoco y de sentido incierto, que provocan discusiones inútiles. Pues bien, si Bacon resucitara, no vacilaría en meter en el saco de los ídolos del foro a una de las palabras más idolatradas por nuestra cultura “comunicación”. Es la clave explicativa de nuestro tiempo. Vivimos en la “sociedad de la comunicación”, caracterizada por el intercambio de información y por la tendencia a identificar el suceso con la noticia; reconocemos, tememos y acatamos el poder de los “medios de comunicación”; una profesión nueva, la de los comunicólogos”, se encarga de que no falten teorías al propósito; incluso la ética, que, como tantas otras cosas, ha perdido su norte, parece revivir ante el anuncio de una teoría predominante llamada “ética comunicativa”.
Tras esa palabra se esconde, sin lugar a dudas, un valor de nuestra cultura. Sabemos que la realidad y el conocimiento se construyen socialmente, que nuestra relación con el mundo de las cosas y de los hombres es lingüística, y que el lenguaje vale en la medida en que es público y comunicable. Constataciones que tienen una interpretación claramente positiva. El pluralismo ideológico lo ha relativizado todo. Y es preciso asumir que sólo comunitariamente, por el diálogo y la conversación, por la puesta en común de las opiniones distintas, democráticamente, será lícito y legítimo decidir sobre los intereses y valores que deben ser compartidos. La aceptación de la comunicación es el signo de un progreso nacido del reconocimiento de que ningún punto de vista es absolutamente superior a otro, de que cualquier voz merece ser escuchada, de que nadie tiene el derecho de erigirse en portavoz exclusivo del bien de la humanidad.
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