La creación y el desarrollo de la OTA hace quince años responde a peculiaridades especificas del sistema político norteamericano. Pero su importancia ha aumentado sin cesar durante estos años. Y la implantación de una evaluación tecnológica a escala europea seria conveniente actualmente.
Hace quince años, un 13 de octubre de 1972, se firmaba la Ley de Evaluación de la Tecnología. No existía en aquella época ni la defensa antimisiles balísticos ni el síndrome de 11 inmunodeficiencia adquirida (SIDA), ni se había sintetizado todavía la hormona del crecimiento del ganado vacuno. Los chips de silicio que se fabricaban tenían la milésima parte de la información que hoy contienen. Pero los miembros del Comité de Ciencia y Tecnología que impulsaron la aprobación de la Ley consideraban ya entonces que el ritmo y la amplitud del cambio tecnológico superaban la capacidad de comprensión y de influencia del Congreso. Las herramientas tradicionales de éste ‑las audiencias formales, el trabajo de investigación e información de los asesores de cada congresista‑ ya no servían para zanjar los desacuerdos de los expertos en los temas más técnicos.
Hoy, el organismo creado por la Ley de Evaluación de la Tecnología emerge como una institución madura, como una experiencia de gobierno notablemente positiva. Entre los doce miembros del Consejo de Evaluación de la Tecnología que gobierna la OTA figuran actualmente cinco presidentes de Comités del Congreso y dos destacados miembros del partido Republicano, es decir, algunos de los más poderosos miembros de la Cámara de Representantes y del Senado de los Estados Unidos. La OTA publica anualmente veinte grandes evaluaciones (Vertido de Residuos en el Mar; Niños Sanos; Invertir en Nuestro Futuro) y otros veinte análisis de temas más puntuales (Normativa sobre Carcinógenos; Impacto de los Precios del Petróleo).
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