Diciembre de 1987 puede ser una fecha histórica para los ciudadanos españoles. Será significativa si en ella alcanzamos al fin la plenitud de derechos y libertades que la Constitución nos reconoce. En el largo esfuerzo por lograr ser ciudadanos aún quedan dos rabos por desollar: la libertad de expresión y el derecho de información. Y ni una ni otra resultan plenos en una sociedad moderna si el medio de información y de expresión de mayor repercusión y alcance, la Televisión, permanece en régimen de monopolio y en situación de dependencia. Así que las cámaras legislativas españolas y más aún el Gobierno del Estado tienen ante sí la oportunidad definitiva de que la larga, tortuosa y equívoca derrota de la Televisión Libre rinda al fin en buen puerto.
No es probable que ello ocurra, pero sí posible. El Proyecto de Ley de que se parte no facilita el optimismo. Más bien la reticencia y el desánimo. Es tan miope la mirada que sobre el fenómeno de la Televisión el Proyecto de Ley apunta, tan inmediato y corto el punto de vista que adopta y tan limitado el vuelo que proyecta, que no sólo la realidad inminente e ineludible de mañana queda sin consideración, sino que la perentoria necesidad de hoy no encuentra satisfactoria solución.
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