La evaluación tecnológica surge en un contexto científico‑técnico y económico determinado. Su implantación en países que buscan recuperar el retraso tecnológico, como España, exige una especial articulación con la política tecnológica.
Si bien es cierto que la civilización, tal como la conocemos hoy, sería imposible, al menos en sus aspectos materiales, sin la aportación científica y tecnológica, también es cierto que ésta no se ha manifestado de manera uniforme. A lo largo de la historia los centros de actividad científica han estado en permanente desplazamiento, normalmente siguiendo a los centros de actividad comercial e industrial. Observando estos movimientos históricos es casi una tautología afirmar que cada uno de los grandes períodos de la ciencia corresponden con otro de cambio económico y social. Cambio al menos de carácter local, ya que la universalidad de los efectos de las evoluciones socio‑económicas es un fenómeno relativamente reciente en nuestra historia.
“Puede que la tecnología y la organización social sean dos facetas distintas de la humanidad, pero ambas apuntan firmemente en la misma dirección: mejores oportunidades de supervivencia, mejores condiciones de vida, la creación de excedentes por encima de las meras necesidades”
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