No hay comunicación sin interacción. Cuando se telefonea, no se considera establecida la comunicación hasta que al ¡Oiga! del llamante se reciba la contestación ¡Diga!. Es característico que en castellano se usen en ambos casos formas imperativas. Se trata de crear un efecto sobre el corresponsal.
Toda comunicación supone tal intención de provocar una reacción de parte del interlocutor, de influir sobre él. No siempre se puede percibir la reacción, pero, por lo menos, es necesario imaginarla.
De eso se puede deducir que la comunicación máxima es la que se produce cuando los interlocutores están presentes y se hablan de cara a cara. Y es más efectiva la comunicación cuando es igualitaria, es decir, que los comunicantes tienen una posibilidad igual de influencia sobre el otro o los otros.
Claro es que tal igualdad no se realiza nunca perfectamente, pero es evidente también que disminuye a medida que aumenta el número de los interlocutores
Se puede demostrar matemáticamente que una comunicación razonablemente igualitaria es imposible si el número de los comunicantes sobrepasa los 12. Es un hecho que, en la historia, 12 es el número límite de los miembros que se aceptan en un grupo del cual se espera una capacidad de decisión consensual, es decir, en la cual la información proporcionada por cada uno de los participantes desempeña un papel más o menos igual a la que proviene de cualquier otro: los 12 Apóstoles, los 12 Caballeros de la Mesa Redonda, los 12 miembros de un jurado, los 12 soldados de un grupo de combate de infantería, los 12 “cabinet ministers” del gobierno inglés, etc.
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