El video en la televisión o el video‑creación han supuesto una fuerte reconsideración estilística. Pero su polarización sobre los recursos de las máquinas ha dejado inalterados los códigos y el lenguaje audiovisual.
El vídeo es un nuevo sistema de captación y registro de imágenes animadas y sonoras, cronológicamente posterior al cine y la televisión, pero que por encima de sus diferencias tecnológicas o sus semejanzas se incorpora al mismo ámbito de actuación.
No nos encontramos con un sistema que genere un lenguaje del vídeo distinto o específico con respecto a la televisión o el cine. Son, todos, medios de registro y comunicación audiovisual que en ocasiones se desarrollan y manifiestan en una finalidad coincidente (llegando incluso a compartir un mismo discurso, como es el caso de las producciones de televisión mixtas en las que un mismo discurso narrativo se compone de fragmentos grabados en vídeo, de fragmentos filmados e incluso de otros fragmentos realizados en estudio) y en otras ocasiones se manifiestan con intenciones o finalidades diferentes, aparentando en estos casos una mayor diferenciación expresiva o peculiaridad de lenguaje. (Así, por ejemplo, el denominado vídeo de creación aparentemente parece apelar a otros códigos, a otro lenguaje; sin embargo, en realidad esa apariencia de otro lenguaje no es sino un mayor grado de libertad con respecto a los modos ‑estilo‑ establecidos por la demanda de la audiencia, de la cual los criterios de programación de los canales de la televisión masiva difícilmente podrán sustraerse).
No obstante, la incorporación del sistema vídeo a la televisión, que permitirá por vez primera el registro y conservación de las imágenes y sonidos y la concepción de una programación basada en la emisión diferida, supuso una enorme convulsión para los modos de producción, realización y programación, pero no supuso una ruptura de lenguaje, en lo que pudiera entenderse como puesta en cuestión de los modos y convenciones establecidos por el lenguaje cinematográfico, que había sido asumido y asimilado por la televisión; lo que sí supuso fue una auténtica convulsión estilística y una radical reconsideración de los estilemas expresivos de la realización: posibilidad de grabar cortos fragmentos e incluso plano a plano ‑cómo en el cine‑ trasladando el momento de la elaboración narrativa a una fase posterior a la grabación; posibilidad de alterar la estructura narrativa durante la edición o montaje; de incorporar un amplio repertorio ‑cada día creciente‑ de efectos visuales y sonoros y, desde luego, la grabación de la imagen y el sonido y la edición posterior, previa a la emisión, que permitió la articulación de los modos temporales de la narración en toda su riqueza de opciones. En definitiva, paradójicamente, la incorporación del sistema vídeo a la televisión, desde la perspectiva de la realización y del lenguaje, supuso un mayor acercamiento al estilo y los modos del lenguaje cinematográfico, si bien recurriendo a un sistema de tecnología y soporte de imagen diferente.
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