La legislación y el espíritu de la radio estadounidense han tendido siempre a la comunicación local. Pero la comercialización impone la uniformidad centralizada. Algunos países europeos siguen estas mismas vías. Y la desregulación culmina tales tendencias.
En el clima actual de liberalización de las comunicaciones en todo el mundo, Europa y los Estados Unidos se aproximan, en líneas generales, cada vez más. Subsisten, sin embargo, diferencias importantes. Una de ellas, en el campo de los medios de difusión, es el carácter local de la radio, tanto AM como FM.
Europa Occidental y los países nórdicos desmantelan a toda prisa sus viejos y centralizados monopolios estatales y descubren el potencial de pluralismo y participación de las radios locales. Pero al mismo tiempo, en los Estados Unidos, donde el localismo ha sido norma oficial desde que existe legislación al respecto, las emisoras locales de AM y FM, que se cuentan por miles, se parecen cada vez más, se programan con formatos uniformizados, y emiten cada día más música y noticias de producción ajena, aunque a veces las disfracen para que la programación parezca local. Muchas emisoras norteamericanas, la mayoría quizá, han quedado reducidas a simples retransmisoras de programas comerciales de distribución nacional. En la radio norteamericana, el espíritu local, si no su materialidad, se está perdiendo irremisiblemente en un desenfreno mercantilista que debería servir de aviso para la radio europea recién liberalizada.
En estos momentos, cuando los medios electrónicos de alta tecnología absorben tanto la atención de los especialistas y del público, sería fácil olvidarse de la radio. Sin embargo, la radio conserva un especial significado: es uno de los medios de comunicación más antiguos, más sencillos, más baratos y más duraderos. Cualquier hogar norteamericano posee cuatro o cinco aparatos de radio (hay unos 479 millones en total) [5, p. A‑2]. La radio puede ser móvil, como la del coche, o escucharse en total intimidad, a través de los audífonos. Sirve de ambientación sonora en ascensores y tiendas. A veces surge hasta en el teléfono, mientras esperamos que nos pasen una llamada. La radio posee en la vida moderna una extraordinaria ubicuidad. Alrededor del 96 por ciento de los norteamericanos mayores de 12 años escucha la radio un promedio de 25 horas semanales [26]. Algunos estudios nos dicen que la radio “acompaña”, que “abre y cierra el día del oyente” [17, p. 242]. Al margen de estas gratificaciones personales, la radio, como forma de comunicación pública, se adapta de manera muy especial a las necesidades de las pequeñas comunidades. Y es esta función de radio local lo que con frecuencia ha atraído a los poderes públicos, a uno y otro lado del Atlántico (1).
Este informe repasa algunos aspectos de la desastrosa situación de la radio norteamericana en lo que se refiere a su carácter local, para añadir desde esta perspectiva algunos comentarios sobre el desarrollo de la radio local en Europa Occidental y los países escandinavos.
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