La batalla contra el tiempo se dio por perdida con la muerte del primer ser humano, comenzándose en aquel mismo instante una dura y tenaz lucha contra el espacio, o, para ser más precisos, frente a la distancia. Mucho antes de que el hombre tratara de hacer oír su voz por encima de lo que le permitían sus cuerdas vocales, fue capaz de superar la distancia que le separaba de sus presas con el invento del arma arrojadiza; el instinto de conservación se convirtió así en el primer motor virtual del cuerpo humano, pues no era éste el que se movía sino el proyectil que se lanzaba.
A lo largo de la historia, se han ido consiguiendo sucesivas victorias sobre las limitaciones impuestas por la naturaleza a nuestro cuerpo, y en lo que a la distancia se refiere, siempre nos queda la duda de si los logros` han sido para acercarnos a algo, a alguien, o, muy al contrario, para mantenerlo alejado. Esta dualidad de la distancia tiene una innegable influencia sobre las tecnologías que tratan de superarla, pues si bien es cierto que permiten acercar lo lejano, también nos dan la oportunidad de mantenernos alejados de ello.
Poner tierra de por medio no es exclusivo del que huye de sus enemigos, también lo practica el cazador para separarse el mínimo indispensable de su presa y asegurar así la diana. La lejanía entre Este y Oeste no es sólo ideológica, sino que encierra el deseo de poner espacio entre medias y evitar así el riesgo de contaminación en caso de conflagración nuclear. Por lo que se refiere a la distancia que separa el Norte del Sur, parece que sea la adecuada con el fin de que el hedor de los valles del hambre no suba hasta las cimas de los montes de la opulencia. Equilibrio en suma de lejanias, para colocar al prójimo a tiro de opresión pero guardando las distancias.
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