En Europa Occidental, los dirigentes políticos y los responsables de los medios de comunicación imaginan cada vez más el porvenir de la comunicación bajo el régimen del liberalismo: más concretamente del liberalismo económico, que, generalmente, no aparece como tal y se disimula detrás de "valores" más reconocidos como la libertad de creación o de difusión, o la satisfacción de las necesidades muy diversificadas de las diferentes categorías de públicos. Desde hace poco tiempo, se ha abierto pues camino un punto de vista, según el cual en adelante es la sociedad la que se da a sí misma los medios que desea y no ya el Estado quien los propone o los controla.
La rápida difusión de este nuevo pensamiento está evidentemente en relación con unos fenómenos que afectan en diversos grados a los países capitalistas del mundo occidental, y en particular con la desreglamentación de los sistemas de comunicación construidos después de la Segunda Guerra Mundial, para dar a los capitales disponibles nuevas ocasiones de valorizarse en las redes, en las industrias de programas, y hasta en las industrias de materiales. El avance del liberalismo no es una conquista de la democracia o de la autonomía social: está en relación directa con la reestructuración del capital. Y en unas economías en crisis, ¿qué no se haría para favorecer la formación de nuevos empleos? Los dirigentes están dispuestos a todas las iniciativas, incluso a abandonar de un día para otro los principios que regían campos sociales enteros, incluso también a lanzarse a arriesgadas empresas, con esperanzas de éxito ‑en términos comerciales‑ bastante reducidas.
A este respecto, la situación francesa es suficientemente ejemplar. Los partidos de derecha que, durante decenios habían controlado de cerca los medios audiovisuales hasta el punto de hacer de ellos la "voz de Francia", y que habían bloqueado, al final de los años sesenta, el desarrollo de los nuevos medios, se han transformado en ardientes partidarios del liberalismo en lo audiovisual. Desde su victoria en las elecciones legislativas, en marzo de 1986, buscaban aplicar su nuevo programa en un terreno en el que los gobiernos socialistas en el poder en la presente legislatura no habían dado pruebas de un gran control y habían acumulado las concesiones a los grupos informativos y financieros. El proyecto de ley liberal es ahora conocido y debería ser adoptado al final de un debate parlamentario largo y animado, en el curso del verano de 1986.
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