Los quinientos años de una comunidad trasatlántica es una oportunidad para examinar la solidez de la unidad lingüística, cuya conciencia reposa en el mantenimiento de una pronunciación normal. Un repaso al oficio de locutor televisivo muestra su importancia en esta tarea.
En la prensa madrileña de estos días es frecuente hallar alusiones a los peligros que amenazan a nuestra lengua. Pero estas llamadas de atención no son exclusivas de ]E nuestra prensa, ni tienen mayor significación para nuestra lengua que para otras. En un libro reciente, publicado por la comisión gubernamental de lengua francesa de Québec (Canadá), encontramos documentadas referencias a situaciones más o menos peligrosas o críticas de otras lenguas: "¿Serían los Estados Unidos la tumba del inglés?", "Una nación altamente industrializada (o dos, porque se trata de Alemania) olvida su lengua", "O nosso pobre portugués", claman en el Brasil ante los problemas de asimilación y crecimiento de un país inmenso... Tales son títulos de libros y artículos. Sin hablar de otros problemas que se tratan en el mismo libro: los del chino contemporáneo, del catalán y del vasco, de las lenguas de Yugoeslavia, y otra vez del inglés de la Commonwealth.
¿Qué sucede? Es evidente que la inseguridad es el signo de este fin de siglo que estamos viviendo, y también la sentimos en el idioma los hablantes y cuantos lo utilizamos profesionalmente, como escritores, periodistas, locutores o académicos.
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