Un fenómeno recurrente en la historia social de la comunicación, observable sobre todo en los Estados Unidos, es la eminente voz que se alza tantas veces para asegurarnos a todos que nuestras vidas mejorarán, la cultura se enriquecerá, la educación aumentará y se multiplicarán las diversiones cada vez que entre en funcionamiento una nueva tecnología de comunicación.
Como ejemplo; los primeros días de la radio están llenos de extravagantes afirmaciones a favor de este medio. Unas decenas de años después se proclamaba a la televisión como el heraldo de una explosión cultural. De nuevo hoy el país está en una ola de entusiasmo por la televisión por cable, la comunicación por satélite y los ordenadores personales.
Otra vez estamos con la promesa, expresada en la práctica como un hecho cierto, de que se erradicará el analfabetismo, de que los enfermos recibirán el mejor tratamiento que exista en el mundo por medio de las transmisiones por satélite, de que la cultura va a inundar todos los hogares y de que en una edad rica en información todos vivirán rodeados de lujo. Las promesas que se están haciendo al “mundo pobre” son aún más extravagantes; que saltando siglos de diferencias culturales van a poder entrar directamente en el milenio tecnotrónico.
|