La aparición del decreto que regula el Sistema andaluz de Formación supone, para el autor, el auge de una nueva forma de entender la formación permanente fundamentada sobre modelos eficientistas, centralizados, orientados exclusivamente a la implantación, que no consideran las necesidades de aprendizaje de los alumnos ni las condiciones en que los profesores construyen y cambian su práctica. En definitiva, un deshacer de nuevo, sin datos que avalen la decisión, el tejido de la formación permanente y los conocimientos relativos a ella, construidos con tanto esfuerzo.
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