Desde una autorreflexión amena y sincera se nos explicitan y enumeran aquí aquellos errores que solemos cometer cuando nos enfrentamos a uno de los deberes que los enseñantes tenemos con los aprendices: hacerles sentir gozo y placer con la lectura. Este deber que, en la mayoría de las veces, no solemos asociar al impuesto por la sociedad (enseñara leer y de paso a escribir), requiere de nosotros el mismo gusto que supuestamente intentamos imprimir. A partir de aquí sólo quedará seleccionar el material adecuado y adaptado al nivel e intereses de los alumnos, que no es poco.
Si algo define a la lectura es su condición recreativa y, en este sentido, es fundamental el papel que el educador y la escuela
desempeñan como formadores de las primeras actitudes de los niños y las niñas hacia ella.
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