La llegada de la informática a los periódicos pronto dio que pensar a los editores: si los periodistas escriben y eso que escriben ya no es necesario que pase por la mano de los teclistas y como además los redactores saben escribir muy bien, podemos amortizar las plazas de correctores, que ya no hacen falta. Desde que se tomó tal decisión, como una errónea interpretación de los valores informáticos, los diarios empezaron a aparecer con mayor número de erratas de todo tipo, cuando no errores, en un rosario de defectos formales que antes eran subsanados por las parejas de correctores y atendedores.
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