Francesco Tonucci nos presenta una interesante propuesta para democratizar las instituciones educativas advirtiéndonos de los peligros que conlleva copiar modelos adultos y de la necesidad de armarse de paciencia y tranquilidad en la construcción de ~ un nuevo modelo de centro organizado democráticamente en el que los alumnos y alumnas del mismo sean participantes activos.
“... si queremos salvar la ciudad, no podemos esperar hacerlo sólo los adultos...”
Las ciudades, sobre todo, estos últimos decenios, han perdido el significado original de lugares de encuentro e intercambio, de ayuda mutua y de solidaridad. La especulación urbanística ha vaciado los centros históricos llegando a crear periferias inmensas e inhumanas. La carencia de programación económica ha evacuado ciudades y pueblos y han llenado las periferias de personas sin raíces, atraídas por el sueño de un puesto de trabajo en una fábrica.
El malestar que causa la ciudad al ciudadano llega a ser un grave problema para los gobernantes, que necesitan de su consenso y voto; sin embargo, recompensan esta desazón con servicios tales como: transportes públicos, cada día más rápidos, que pretenden disminuir la distancia y los servicios que se prestan a la infancia y a la tercera edad, que pretenden compensar la imposibilidad de convivencia entre las distintas generaciones.
En fin, los adultos están de acuerdo en algo: se vive mal pero se disponen de más ayudas, poder y comodidad.
Sin embargo a este acuerdo han llegado sólo los adultos. La ciudad ha elegido como parámetro un adulto, hombre y trabajador; mientras que no tienen en cuenta a los que no son adultos, a los que no son hombres y a los que no son trabajadores. Si queremos salvar la ciudad, no podemos esperar a hacerlo sólo los adultos. Tenemos que acabar con esta lógica perversa y cambiar este parámetro. Precisamente el proyecto la ciudad infantil propone que el niño asuma como parámetro de valoración y cambio a la ciudad. Esto significa que el gobierno debe cambiar su perspectiva para poder llegar hasta el niño, y que no sean olvidados; es decir, significa aceptar la diferencia que el niño trae consigo con respecto a los demás ciudadanos.
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