Acostumbrados como estamos a la letra escrita, resulta cundo menos sorprendente descubrir la existencia de unos textos literarios que han sobrevivido al paso del tiempo con el solo soporte de la memoria y la voz: los romances tradicionales.
Cuándo y cómo nació el romancero hispánico sigue siendo casi un misterio para los sesudos críticos que, teorizando sobre sus orígenes, continúan sin explicarse la misteriosa pero evidente pervivencia de este género. Sólo sabemos que allá a principios del siglo XV un estudiante mallorquín, Jaume de Olesa, copió en su cuaderno de notas una versión de "Lo domo y el postor", primer testimonio de la existencia del romancero, y primera muestra conocida de un romance que aún hoy se mantiene vivo, como viene a confirmar esta versión recogida hace pocos años en Jaén:
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