La Formación del profesorado, entendida ésta en su doble vertiente: Formación inicial y Formación permanente, ha sido un tema que ha preocupado siempre a las sucesivas administraciones educativas, si bien, por el momento histórico en unos casos y por convicción propia en otros, ha supuesto una serie de tremendas lagunas en la personalidad de lo que hasta ahora se entendía como "un buen profesional".
Durante algo más de tres décadas (de los 40 a los 60) se tuvo el convencimiento de que la vocación, la experiencia y los conocimientos adquiridos durante la carrera bastaban para formar a ese "buen profesional" a la hora de enfrentarse a la tarea de enseñar. Es más tarde cuando, gracias a las aportaciones de la psicología y la pedagogía (60‑70) se da protagonismo a ciertas teorías emanadas de esas dos disciplinas, adquiriendo entonces la enseñanza un carácter fundamentalmente técnico, al inspirar esa(s) teoría(s) la práctica pedagógica.
Es solamente a partir de la década de los 80 cuando se ve la necesidad de plantear estrategias de colaboración entre el profesorado y la Universidad, cuando nace al tiempo la figura de los denominados CEPs, que establecén un vínculo más cercano con el mismo.
El objetivo de este dossier no es otro que el de mostrar en una serie de trabajos la idea de la formación del nuevo/a profesor/a, entendido éste como un verdadero profesional responsable y crítico con su trabajo, colaborador en el ámbito en que desarrolla su tarea, reflexivo con lo que hace y, en fin, consciente de sus limitaciones.
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