Parece un hecho universalmente aceptado, y los políticos no cesan de alardear de sus
logros y planes en este terreno, que las escuelas tienen que dotarse con recursos
informáticos y conexiones de banda ancha a Internet, a fin de ofrecer una enseñanza de
calidad, acorde con los tiempos. Han desaparecido, o al menos nadie se atreve a
expresarlos en voz alta, unos recelos ante la tecnología que no hace muchos años eran
relativamente frecuentes entre los docentes. Cabe, con todo, la duda de si esta
aceptación, que, a menudo dista de ser entusiasta, obedece a una irresistible presión
social o surge de un íntimo convencimiento. Pero incluso antes de llegar ahí,
deberíamos preguntarnos como acertadamente señala Juan Carlos Tedesco “para qué
deseamos las nuevas tecnologías y qué funciones queremos que cumplan”
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