¿Cuál es el rasgo determinante de la alegoría que tradicionalmente se ha dado en llamar "las edades del hombre"? ¿La muerte inmanente, acechando en cada resquicio, o acaso esperando, que también es una forma del asedio? ¿El hambre y la avaricia de los años y los detritus que dejan bajo un mismo, aparente sol? ¿La mera perplejidad ante los ambiguos enigmas de toda vida? ¿O sólo el espacio que dibuja ese enigma insoluble sobre las rotaciones del tiempo?
Dentro de esa alegoría, la juventud ha simulado siempre -al menos, en Occidente- un espacio epifánico tramposamente seguro y triunfante, por más que se omitiesen, en ciertos períodos, sus rasgos más notorios. Aun con sus temeridades y el siempre sospechado pathos, el joven Prometeo simula vida frente al ataque del buitre. Dionysos, portador de la primavera, conoce de antemano su ciclicidad. Cristo (de muchas maneras, un nuevo Dionysos y un Prometeo transfigurado) muere a los treinta y tres años, legando a sus seguidores una promesa eternal exudante de parábolas fervorosas. ¿Cómo entender al Paraíso sino como el arquetipo platónico de la juventud? ¿Leerlo como la perpetua sombra de un Paraíso Perdido jamás reencontrado?
|