Es conocido que la discriminación por razón de sexo no tiene su origen en la escuela, sino en la construcción socio-histórica del papel social asignado a hombres y mujeres. Somos conscientes de que la escuela es una parte integrante de la sociedad, que ésta no es un ente aislado, sino que, muy al contrario, está conectada con parte del sistema cultural y social en el que está inmersa. De este modo, la institución escolar no ha hecho más que reflejar lo que en la propia sociedad ocurre; y por ello en las escuelas se recogen las virtudes y los defectos que en la sociedad coexisten. Lo dicho refleja una perspectiva que difiere de aquella otra que reconoce la escuela como una institución
basada en la neutralidad y objetividad, según la cual las personas —especialmente el profesorado— que en ellas desarrollan su trabajo son impermeables a todo cuanto ocurre fuera de las verjas de la misma.
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