El tiempo escolar se está convirtiendo en una de las principales fuentes de problemas y de conflictos en la escuela. Por un lado, está en el centro de las reivindicaciones abiertas y encubiertas más corporativas del profesorado; por otro, su organización presente y sus tendencias de cambio se manifiestan cada vez más como un obstáculo para cualquier
práctica profesional innovadora. Todo el mundo habla del tiempo escolar con todo género de argumentos, aunque casi nadie se molesta en buscar los fundamentos de lo que dice más allá de la propia, limitada e interesada "experiencia". Lamentablemente, los que menos pintan en esto son los alumnos, los principales afectados, y menos aún sus intereses. A lo largo de este artículo argumentaré que las lógicas temporales de la
sociedad, de las organizaciones, de los profesores y, en parte, hasta las de las familias y los alumnos, operan en contra de lo que sería una organización razonable del tiempo de aprendizaje.
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