A finales de los setenta, en un artículo sobre educación para la paz de la UNESCO,2 se señalaba que ésta se podía consolidar a través del análisis y el estudio de los conflictos. Sin embargo, como sucede en muchas ocasiones, no lograba captar en aquel momento la trascendencia de tal afirmación. Me parecía una idea sugerente pero no sabía ni qué conflictos era importante o necesario analizar, ni tenía los instrumentos adecuados para hacerlo, ni contaba con una justificación desde el punto de vista educativo sobre la relevancia de su inclusión en los programas de estudio.
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