En los últimos años la educación lingüística y literaria ha sido objeto de un giro copernicano en lo que se refiere a sus teorías, a sus métodos de aprendizaje y a sus prácticas de enseñanza. Varios han sido los factores que han contribuido a ese giro.
Por una parte, en el ámbito de las lingüísticas asistimos desde hace tiempo a un mayor énfasis en el estudio del uso lingüístico y comunicativo de las personas en detrimento de otros análisis más inmanentes y formales. El auge académico y científico de disciplinas como la pragmática, el análisis del discurso, la sociolingüística, la lingüística del texto o la psicolingüística de orientación cognitiva constituye un indicio significativo de este cambio epistemológico en los actuales estudios sobre el lenguaje y la comunicación. Por otra, y en paralelo a las aportaciones teóricas de las lingüísticas del uso, los enfoques comunicativos de la enseñanza de las lenguas han subrayado la necesidad de entender como objetivo esencial de la educación lingüística el aprendizaje de las competencias comunicativas (el aprendizaje de un saber hacer cosas con las palabras) y no sólo la enseñanza de un cierto conocimiento formal –a menudo efímero- sobre la lengua (el aprendizaje de un saber cosas sobre las palabras).
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