Como maestro que defiendo la independencia de criterios, la educación crítica y la cooperación como valores a vivir y desarrollar en mi trabajo, siempre tuve prejuicios ante los ordenadores.
Por azares de concursos tomé contacto con esos "engendros" que me confirmaron lo que sospechaba: los primeros programas, que conocí, eran pobres, monótonos, nada creativos, no había gran diferencia entre un programa de refuerzo de la suma y una máquina tragaperras.
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