En el marco de la progresiva aplicación de la LOGSE, la noción de materiales curriculares ha cobrado una importancia de primer orden. Sin embargo, lejos de transparente es ésta una noción oscura y equivoca. Por un lado, el discurso institucional es contradictorio al respecto: caracterizados, en ocasiones, como muestras inspiradoras del trabajo de los profesores y, desde ahí, facilitadoras del desarrollo de su autonomía al mismo tiempo que potenciadoras de la adaptación de su acción al contexto singular de cada cual, los materiales curriculares son presentados otras veces como los nuevos manuales, aunque naturalmente, restos de pudor hayan desterrado, por el momento, este último término del lenguaje oficial. Por otro lado, los profesores --desconcertados en parte por ese discurso pendular, pero también divididos entre su deseo de innovación y la aguda conciencia de sus limitaciones-- se mueven en la misma ambigüedad: dicen estar la a espera de los materiales curriculares para poder tener pautas que les permitan diseñar sus propios materiales, pero aspiran, con demasiada frecuencia, a alienar su potencial creativo, cuyo ejercicio les parece demasiado exigente en las creaciones de los otros que elevan así a la categoría de libros de texto actualizados.
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